No piensen que se trata de las famosas y riquísimas yemas de San Leandro sino de otras yemas: las de los dedos.
Me cuenta una de mis hermanas que trabaja con discapacitados profundos en un hospital de los Hermanos de San Juan de Dios que en el grupo en que ella está, solo se mantiene en pie una niña alta y grande pero que sólo camina si le ofrecen un dedo para agarrarse.