La Navidad da que pensar. Puede ser algo muy hermoso y muy humano, pero puede ser también algo trivial y hasta inhumano. Y esa ambigüedad es más clara precisamente porque se recuerda no cualquier nacimiento, sino el de Jesús de Nazaret.
Es cosa buena celebrar la vida que comienza. Aun con todas las dudas que plantea al recién nacido y a la comunidad que lo acoge, la alegría está justificada. De ahí, la intuición certera de rodear de celebraciones el nacimiento de Jesús en la liturgia y en la vida real. Y por cierto, dicho con humor, por mucho que se empeñen los liturgistas, el nacimiento de Jesús es una fiesta más «naturalmente» alegre que su resurrección. Y es que la «resurrección» es plenitud de vida más allá de la historia, pero nadie la ha experimentado. La «navidad», sin embargo, es, desde siempre, vida y ternura -dolor también a veces- que todos hemos experimentado.