Como en la película de Hitchcock, negros cuervos y otros pajarracos sobrevuelan el Vaticano provocando la alarma eclesial. Lo de la alarma es normal pero lo que de ahí pase (escándalo, consternación o asombro de que en la Iglesia ocurran cosas semejantes…), no es más que una pérdida de tiempo: estábamos avisados.
Bien se encarga el final del evangelio de Mateo de recordárnoslo: en la escena de la despedida de Jesús leemos: «Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado. Al verlo, lo adoraron pero algunos dudaron» (Mt 28,17).
Así que, de entrada, ya no eran aquella primera docenita, lustrosa y redonda, sino un colectivo incompleto, mellado y desportillado. Y encima,