BLOG DE ANTENA MISIONERA

"Mirar con los ojos de los que sufren"

Sin vuelta atrás

Posted by antenamisionera en enero 23, 2013

Por María José Ferrer*Ferrer0

El Concilio Vaticano II reconoció no solo el grito de las mujeres reclamando la igualdad de derecho y de hecho con el hombre (Gaudium et spes), sino su legitimidad como expresión de una aspiración más profunda y universal: la sed de una vida plena y libre, digna del ser humano que cada mujer es. Y en la encíclica Pacem in terris, Juan XXIII consideraba la presencia de las mujeres en la vida pública como una de las características de la época actual, lo que suponía el reconocimiento del movimiento de las mujeres como un signo de los tiempos al que la Iglesia en su totalidad tenía que prestar oídos.

Cincuenta años después de la inauguración del Vaticano II, no cabe duda de que el concilio ha dado sus frutos, algunos luminosos, otros sombríos. Respecto a las mujeres, un cambio profundamente provechoso, sin duda, fue la apertura de las aulas de teología a esa mitad de la humanidad que, hasta entonces, había sido excluida de las mismas. El acceso a los estudios teológicos permitió que las mujeres conocieran y manejaran, de primera mano, los instrumentos con los que se elaboraba la reflexión sobre Dios y, con ella, una determinada concepción de la realidad. Esa apertura permitió que muchas mujeres no solo aprendieran teología, sino que también la elaboraran. Se convirtieron en sujetos teológicos y, al hacerlo, les fue posible aportar a la ciencia sobre Dios una nueva perspectiva. La teología feminista es buena prueba de ello.

Las cristianas del siglo XXI no seríamos como somos sin el Concilio Vaticano II, pero tampoco lo seríamos sin los movimientos de mujeres del siglo pasado y sin el feminismo. Nosotras somos fruto, resultado y realización de la herencia recibida, una herencia diversa, que hemos acogido con tanto agradecimiento como espíritu crítico, quedándonos con lo bueno. Y lo mejor de lo bueno, quizá, sea que en las últimas décadas las mujeres hemos conquistado nuestro derecho a ser sujetos, a tener conciencia propia y crítica, a ser responsables de nuestras vidas y de la historia. Son muchos los espacios en que las mujeres todavía sufren discriminación e incluso violencia. Son muchas las mujeres que aún no han podido despertar y que, aun habiéndolo hecho, todavía no han logrado ser reconocidas como seres humanos plenos. Pero las mujeres sabemos que tenemos valor y que somos dignas. Hemos incorporado ese saber a nuestro ADN. Y no importa lo fuertes que soplen los vientos en contra: ya no hay vuelta atrás.

*Filóloga y miembro de la Escuela Feminista

de Teología de Andalucía (EFETA)

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