“Debemos buscar ser aceptados como el pobre…”
Posted by antenamisionera en septiembre 26, 2013
Domingo 26º del T.O. – 29 de Septiembre de 2013
Ésta es parte de una homilía de Monseñor Romero en la Catedral de San Salvador comentando el evangelio del domingo de hoy: el del pobre Lázaro y el rico epulón.
No es malo tener. Ojalá todos fuéramos ricos. Lo malo es la insensibilidad. Lo bello es que el que tiene dé, y comparta como hermano, como compañero de mendicidad con el pobre. Tú eres un mendigo. Yo también soy un mendigo; porque lo que tengo Dios me lo ha prestado, prestado. A la hora de la muerte tengo que devolvérselo todo. Compartamos pues, esto que es de mutuo regalo de Dios. Alabemos los dos al Señor. Como desaparecerían la violencia, los odios, las luchas de clase.
Esto es lo que predica la Iglesia: Que Dios ha dado a todos para que todos hagamos del mundo, creado por Dios para felicidad de todos, una antesala de ese reino de los cielos. La Iglesia está consciente de que en este mundo no tendremos un paraíso perfecto, pero sí, tenemos la obligación de reflejar en, este mundo imperfecto, algo del reflejo amoroso de la eternidad.
No sé si ustedes han meditado alguna vez, hermanos, cuando Cristo, maniatado frente a Herodes, el lujoso, el sensual, el lujurioso, el adúltero, que quiere oír una palabra de Cristo para reírse de él, aunque sea, ¿cuál es la actitud de Cristo? El silencio; ni una palabra. Ay de aquellos corazones donde ya Cristo es mudo.
¿Cuál es el buen uso, pues, entonces, de las riquezas, de los bienes? ¡Ah!, si se tuviera en cuenta la palabra de Dios, que ilumina las sociedades, los pueblos, los hombres, las familias, cómo haríamos, de la tierra un paraíso. En la segunda lectura de hoy, tenemos unas normas preciosísimas que si fueran la inspiración de un cambio de estructuras en la sociedad, veríamos cómo desaparecen todas esas cosas que no quisiéramos que existieran.
«Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe». Hermanos, es un combate en el cual estamos empeñados, combate de la fe: no de armas ni de violencias; sino de ideas, de convicciones, la violencia en primer lugar a nosotros mismos, bajo la inspiración de la fe, bajo las exigencias de esto que San Pablo dice hermosamente: «Te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche». El mandamiento es el conjunto de las cosas que Dios ha revelado y ha mandado, y el hombre como siervo de Dios tiene obligación de obedecer. Pero cuando se ha sacudido el yugo de Dios, y Dios ya no se oye en la conciencia, entonces, tenemos nada más que cada uno quiere ser un Dios. Y sucede el cataclismo, como si el sol perdiera a su centro de gravedad y los planetas que giran alrededor de él, como locos se fuera cada uno a chocar contra el otro. Así está. El sol es Dios y mientras en torno de ese sol giren los hombres con una ética viendo a Dios, los hombres viviremos como hermanos.
Debemos buscar ser aceptados como Lázaro, el pobre. Y cuando decimos pobre, hermanos, decimos la actitud interna del corazón. Grabémonos bien esta idea, que pobre no es todo aquel que carece de bienes materiales, así como rico no es todo aquel que está abundando en bienes materiales. Según la Biblia, rico y pobre obedece a dos actitudes internas del corazón. Es la única parábola que tiene nombre, el personaje protagonista, Lázaro; y Lázaro, en su raíz hebrea, quiere decir: «El que confía en Dios».
Éste es pobre, el que confía en Dios. Rico, en cambio, cuando Cristo se dirige a sus oyentes en esta parábola del rico epulón, dos versículos atrás de lo que hemos leído hoy, dice esto, refiriéndose a la parábola del administrador injusto: «Estaban oyendo todo esto los fariseos, que amaban las riquezas, y se burlaban de él. Y les dijo: Vosotros sois los que os dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres es abominable ante Dios». Aquí define Cristo qué es rico según la Biblia. El rico que Dios desprecia no es aquel que tiene bienes; es aquel que ama esos bienes hasta el punto de burlarse de Dios: «Si Dios no me socorre, mi dinero es mi Dios»; el que pone del ídolo, su corazón adorando ese dinero, el que sirve –como dice Cristo- no puede servir a Dios y al dinero. Pero una actitud como la de Lázaro, de no poner la confianza en las cosas de la tierra sino la confianza en Dios, ésa es actitud de pobreza.
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