El grito por la paz de una mujer judío-palestina
Posted by antenamisionera en agosto 29, 2014
En nuestro ámbito cultural del sur mediterráneo, quienes tienen un concepto excesivamente piadoso, devocional y anquilosado en las tradiciones amasadas por la fe cristiana, tienden a situar los personajes de la historia sagrada, en una especie de hornacina de la que solo salen para recorrer de vez en cuando las calles del pueblo o ciudad (procesiones, romerías, fiestas patronales, etc.) Cuanta más algarabía se produzca, mayor manifestación de la veneración que se les profesan a los santos y, de manera especial, a las “Vírgenes”.
Sin ánimo de hacer ninguna valoración moral del hecho, sino simplemente una constatación respetuosa y veraz, me pregunto si esa catequesis de los sentidos, de las emociones y de los afectos, podría enlazar coherente, sincera y bellamente con lo que María de Nazaret representa en la historia real. María es una mujer del pueblo que acompaña al pueblo desde las entrañas de la historia, siguiendo paso a paso los acontecimientos de la entera humanidad.
En nuestro ámbito cultural, el suyo es un acompañamiento que, por muy superficial, e incluso idolátrico, que pueda aparecer a los cristianos de otras confesiones: ortodoxos, luteranos, evangelistas, representa el alma de la iglesia-pueblo que la ama y la celebra, aquí y ahora. La suya, a los ojos de la fe, es una condición humano-divina que se expresa siendo gratuitamente: Inmaculada (Llena de Gracia, Toda Santa), Virgen-Madre (Theotokos), Asunta (Reina de todo lo creado). Desde esas dimensiones de santidad: intimidad divina, le rezamos y sentimos su intercesión poderosa, la amamos y sentimos que está en nuestro corazón, fortaleciéndolo en la fe.
Pero, ¿solo ahí…? Si María de Nazaret es lo que la fe dice que es, se encuentra hoy caminando entre los escombros de la franja de Gaza y por las calles de las ciudades asediadas por los cohetes de Hamás. Su condición de mujer judío-palestina no ha mermado a los largo de los siglos, más bien se ha consolidado ¿Cómo afrontamos los creyentes este hecho? Cada mujer que corre por la tierra de Palestina e Israel con su hijo en brazos, para librarle del hambre y del horror de la muerte, es María de Nazaret. Tenemos que acercarnos a ellas para comprender la paradoja que María representa: ¡tan divina y tan humana…! No hacerlo es, simplemente, desidia, hipocresía, acomodo interesado y cobarde por nuestra parte. La misión de María de Nazaret no ha concluido. Tampoco la nuestra. El Magníficat de María (Lucas 1, 47-51) debe seguir proclamándose, hoy, en su tierra.
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