BLOG DE ANTENA MISIONERA

"Mirar con los ojos de los que sufren"

El deseo de Dios

Posted by antenamisionera en octubre 24, 2014

Domingo 30 T.O. – 26 de Octubre de 2014

Evangelio: Mt 22, 34-40.30a0

 

Si en la Iglesia, en nuestras comunidades y parroquias escucháramos a las personas que se acercan y participan, si pudiéramos entrar su corazón, seguramente descubriríamos el deseo de hacer un mundo de hermanos donde dé gusto vivir. Y es hermoso esto porque significa que entramos en ese talante que Jesús quería para sus cristianos.

Cuando en el evangelio le pregunta un fariseo a Jesús qué es lo que Dios más quiere que hagamos, Jesús dice algo que todos sabían: que lo más importante que un hombre puede hacer es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser. Esto también vale para nosotros. Es malo, para nosotros y para nuestras comunidades, vivir de espaldas a Dios. Quizás pudiéramos llegar a ricos o a mandar mucho, pero la vida de espaldas a Dios tiene una pobreza inmensa.

Pero, además, Jesús añade que también es deseo de Dios que nos queramos de verdad. Y ese querernos se traduce cada día en ayudarnos, perdonarnos, saludarnos contentos y trabajar juntos por hacer un poco más habitable nuestro mundo. Lo más hermoso de cada pueblo o de cada barrio no son sus casas o sus plazas o sus fuentes. Es que nos queramos, que nos respetemos, que nos perdonemos, que nos acojamos y vivamos intensamente la solidaridad hacia los más débiles. Es una tarea inmensa y siempre inacabada. Nos falta mucho por hacer. Pero el amor a Dios y el amor a los hermanos no es algo que podamos descuidar por otras urgencias. Decía Jesús que esos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas. Es decir, que en esos dos mandamientos están contenidas todas las Sagradas Escrituras y nuestra vida cristiana. Lo que nazca del amor a Dios y del amor a los hermanos mejora la vida en nuestro mundo. Así vivía Jesús y así lo hemos aprendido de Él.

 

Canto al amor30a1

Jesús revela que el amor es lo central en la vida. Y amar es una pasión positiva, no una simple abstención de odio. Ahora sabemos con entera seguridad en qué merece la pena agotar nuestras fuerzas. Aunque a veces el egoísmo nos pueda, al menos sabemos en qué hemos de empeñarnos con toda el alma.

Dios es amor (1 Jn 4,8). He aquí la revelación deslumbradora de Jesús, de la que parte todo. El hombre ha sido hecho a su imagen y semejanza (Gn 1 ,26). Y como Dios es amor, el hombre se parece a Dios, es hijo de Dios y alcanza su verdadera grandeza en cuanto ama. Afirma san Juan: “El que ama ha nacido de Dios” (1 Jn 4,7), lleva dentro de sí a Dios, porque “Dios es amor” (1 Jn 4,8); y donde hay amor, allí está Dios. El que ama está lleno de Dios.

Lo trágico para nosotros no es que no nos amen, sino que no amemos nosotros a los demás. Porque el amor es tan importante, afirma Pablo que desafía a la eternidad (1 Co 13,13). Todo lo demás quedará aquí; sólo nuestra capacidad de amar irá con nosotros… Es que somos eso: densidad de amor, como el sol es su fuego. ¿No es esto decisivo a la hora de orientar nuestra vida?

El egoísta, que no es capaz de amar, sufre la suprema miseria, la máxima deshumanizaciónposible, la vaciedad más profunda. Ya puede ser un Premio Nobel, un investigador que pase a la historia de la ciencia, un político capaz de arreglar definitivamente las tragedias que asolan el mundo; ya puede ser el artista, el médico, el poeta, el pintor, el humanista más grande de la historia, puede hacer los milagros económicos y sociales más sorprendentes que “si no tiene amor”, no pasa de ser un pobre diablo, un pobre de solemnidad (1 Co 13,1-3). Sin el amor como impulso vital, nada vale. Sólo el amor da autenticidad y grandeza a la persona.

El amor nos construye por dentro. Yo soy mi capacidad de amar. Todo lo demás es ropaje del que habré de desprenderme al pasar la frontera del más allá. El amor es como la sangre del alma; cuando la sangre no llega a un miembro, le sobreviene la gangrena. Cuando el amor no llega a una zona de mi vida, de mi acción, viene la muerte. La fidelidad sin caridad es orgullo.

 

El amor es nuestro destino

Es necesario que descubramos toda la hondura de la invitación del Señor a amar, porque el amor es una exigencia de nuestro ser y, también, nuestro destino. Hemos nacido para amar y ser amados. Por ello, el amor ha de ser una aspiración constante para nosotros. La vida es un continuo aprendizaje de amor. San Juan de la Cruz dirá que somos como un leño verde en el fuego: primero, se seca; luego se incendia la parte externa hasta que todo se convierte en pura ascua.

En su Testamento el Abbé Pierre declara: “La vida me ha enseñado que vivir es un poco de tiempo concedido a nuestras libertades para aprender a amar y prepararse al encuentro con el Amor eterno… Cuando me preguntan por qué y para qué hemos nacido, respondo: ‘¡Para aprender a amar!’. Ésta es la certeza que quisiera dejar en herencia, porque es la clave de mi vida y de todo lo que he hecho”. Este samaritano universal tiene derecho a decirlo.

Por lo demás, el amor no puede ser un simple mandamiento porque no se puede amar por decreto. ¿Querríamos que nuestros padres, hijos, hermanos, amigos nos amaran “por obligación”? ¿No es eso una contradicción? ¿Eso sería amor? Está claro que el amor no se puede imponer. Para poder amar es necesaria la experiencia de haber sido amado. Nuestro amor es siempre respuesta a un amor que se nos anticipó, el amor de Dios y de otros seres humanos. Para poder amar a Dios es preciso sentirse amados por Él.

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Solo el amor humaniza

El amor es la gran experiencia humana y humanizadora, experiencia de vida. San Juan ha dicho lapidariamente: “El que no ama está muerto” (1 Jn 3,14). Al escribir esta afirmación, no se daba cuenta de que estaba diciendo algo definitivo en antropología, en psicología. El que no ama está efectivamente muerto en el sentido psicológico. Por el contrario, afirma también: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14).

El amor es, así mismo, experiencia de libertad. Es el otro nombre de la libertad. El que ama actúa impulsado desde dentro, sin coacciones, con entera libertad. Por eso afirmó san Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.

El amor es experiencia de unidad. Unifica el ser total, crea armonía, verifica la reconciliación del hombre consigo mismo, con los demás y con Dios; y por eso produce experiencia de paz. Y junto con la unidad interior y la paz florecen la alegría y la felicidad. La verdadera felicidad sólo puede brotar del amor. Dios es la felicidad infinita porque es el amor infinito.

Amar y servir a Dios en el hombre, ésta es la consigna en que Jesús resume su mensaje y el sentido de la vida humana. Aquí está el secreto de la realización y de la felicidad de la persona. El teólogo y místico Ibn Arabí, en conformidad con la consigna de Jesús, dio un ardiente testimonio que debiera ser el de todos los cristianos: “Profeso la religión del Amor. El Amor es mi credo, mi fe”.

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