BLOG DE ANTENA MISIONERA

"Mirar con los ojos de los que sufren"

Así es el corazón del hombre (Sabiduría africana)

Posted by antenamisionera en noviembre 12, 2015

El cuento que presentamos nos llega de África Central, es una adaptación de la versión escrita por Oliver Bouveigni. Este cuento nos habla de la ingratitud y de gratitud, como respuesta a la misma situación. En áreas culturales africanas muy distintas y con escenarios sencillos, encontramos cuentos que recogen la misma idea: el hombre puede ser el animal más ingrato que existe, es capaz de pagar con ingratitud el bien que se le hace.

Un hombre fue acusado de traer la mala suerte y tuvo que marcharse del poblado por decisión del consejo de ancianos. El hombre, que nunca había hecho mal a nadie, cogió su cabra, su azadón, su arco, sus flechas, algunos enseres y los amuletos protectores de los que nunca se separaba y se puso en ruta, buscando un lugar, buscando un lugar lejos de los hombres donde pudiera vivir en paz.

Songoni era valiente y trabajador. Pronto se construyó un choza, preparó un campo para cultivar y excavó una gran trampa de caza. Una mañana, el hombre solitario descubrió que en su trampa habían caído un león, una serpiente, un hambre y un buey de carga. El primero en hablar fue el hombre pidiendo que lo sacaran foso y jurando que nunca olvidaría este favor. Después habló el león: -sácame a mí primero y no te arrepentirás. Los hombres pagan con ingratitud el bien que se les hace. Después hablaron el buey y la serpiente utilizando las mismas palabras. Songoni finalmente ayudó a todos los animales a salir de la trampa.

Pocos días después, el león, que andaba de cacería por los alrededores de un poblado, se apoderó de la hija de un jefe, la muchacha más hermosa de la aldea y, sin hacer el menor rasguño, se la llevó a su bienhechor, para agradecer lo que había hecho por él. El hombre solitario recibió con mucha alegría a la muchacha y le aseguró que haría todo lo que pudiera para que estuviera segura y fuese feliz.

Pero un día, el hombre al que Songoni había ayudado a salir de la trampa, descubrió a la hija del jefe trabajando en los campos del hombre que le había ayudado. Le faltó tiempo para correr al poblado y decir al jefe lo que había visto: -He visto al raptor de su hija, que era el mismo al que los ancianos expulsaron del poblado por hechicerías. Enseguida el rey reunió una pequeña tropa. Aquella misma tarde, el hombre solitario, cargado de cadenas, fue encerrado en la prisión. La primera mujer del jefe, que era la madre de la muchacha secuestrada, pedía con insistencia que al culpable le cortasen la cabeza inmediatamente. El jefe le prometió cumplir sus deseos al día siguiente. Entonces intervino la serpiente. Durante la noche se acercó a la cama de la mujer del jefe y le mordió ferozmente una pierna. Fue un drama para todo el poblado: las mujeres lloraban, los hombres corrían de acá para allá, el jefe daba órdenes y lanzaba amenazas, pero nadie sabía qué hacer para salvar a la mujer del jefe.

El condenado a muerte, esperaba tristemente la hora de la ejecución. De pronto, oyó a su lado un ligero silbido. Extendió la mano en la oscuridad hacia el lugar de donde provenía el sonido. Reconoció a la serpiente y le dijo: -hazme el favor de quitarme la vida ahora mismo. Esperar una muerte de la que es imposible escapar es demasiado terrible.

-No desesperes, amigo. Yo he venido para testimoniarte mi agradecimiento. Para eso he mordido en la pierna a la mujer del jefe, la pierna se ha hinchado tremendamente. En una hora morirá, a menos que tú apliques la hierba de serpiente que yo mostraré en el campo de mandioca.

Siguiendo las instrucciones de la serpiente, el hombre dijo a los guardianes que comunicaran al jefe que él conocía el remedio que podía curar a su mujer y con el consentimiento del jefe preparó la cataplasma para la mujer. La hierba resultó muy eficaz. La moribunda recuperó los normales latidos de su corazón, se puso en pie y bailó batiendo palmas.

-Serás nuestro yerno -dijo el jefe-, porque no eres el mal hombre que me han dicho que eras.

-Te lo agradezco, -respondió el hombre-, pero me daré por satisfecho con recibir a tu hija como esposa porque la amo y ella me ama a mí. Yo sólo deseo volver a mi soledad porque he aprendido que de todos los animales, el hombre es el más desagradecido.

Songoni y su mujer, se volvieron aquel mismo día a su querida selva virgen. Estaban tan ocupados que no se dieron cuenta de la llegada del buey, que había ido a depositar delante de la choza toda una carga de regalos. El buey pertenecía a una banda de ladrones que ejercían su oficio a lo largo del río y mientras sus amos dormían había podido traer como prueba de agradecimiento esos regalos.

Así fue como los animales empezando por el león, mostraron su agradecimiento a su bienhechor. Y, más tarde, volvían de vez en cuando a saludarles a él y su mujer. Para no asustarles, el león rugía de un modo especial que quería decir: «¿Puedo acercarme?»; la serpiente silbaba desde las ramas y pedía permiso para descender y jugar con los niños, y el buey, que sabía muy bien en qué parte del claro crecía el mejor heno, se subía a los pequeños Songoni a los lomos y corría alegremente, cargado con ellos, hasta aquel lugar.

 

Adaptado por Paquita Reche

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