Conversión: implantar la justicia
Posted by antenamisionera en diciembre 9, 2015
Domingo 3º Adviento, 13 de Diciembre de 2015
Al oír la invitación al cambio total, al cambio de vida y mente, quienes acudían a Juan Bautista se sentían interpelados: «Entonces, ¿qué tenemos que hacer?», preguntaban al profeta (Lc 3,10ss), no le preguntan ¿qué tenemos que saber? O ¿qué tenemos que rezar, decir o enseñar?
El profeta no tenía pelos en la lengua; sus palabras eran duras, provocativas, razonablemente hirientes. A sus interlocutores -un gran gentío que iba a recibir su bautismo- les decía: «¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente?» “Raza de víboras”: animales que matan a traición inyectando un veneno de muerte. El comportamiento de aquel pueblo -en especial de sus dirigentes- no solo no fomentaba la vida, sino que ocasionaba la muerte de toda ilusión o esperanza de cambio y bienestar.
Y ante la pregunta del pueblo, inquietado por el mensaje de Juan, éste exponía a cada uno de los estamentos sociales privilegiados su programa de acción: «El que tenga dos túnicas -símbolo de riqueza-, que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga de comer, que haga lo mismo.» A los recaudadores -profesión en la que se lucraban con excesivos y arbitrarios impuestos- decía: «No exijáis más de lo que tenéis establecido», pues lo legalmente establecido era ya, de suyo, abusivo. A los guardias –que tenían en su mano la fuerza y las armas- aconsejaba: «No hagáis violencia a nadie, ni saquéis dinero; conformaos con vuestra paga.»
Era la voz de Juan una invitación a la justicia, a compartir, a terminar con todo tipo de abusos y prácticas que, favoreciendo a unos, hundían en la pobreza y en la miseria a otros.
Pero su voz no era del todo nueva ni original. No era más que el eco de otras voces a las que el pueblo, por desgracia, se había acostumbrado. Antes que él, ocho siglos antes, Isaías, otro profeta, con palabras de inmensa actualidad, había gritado sin descanso contra todo tipo de injusticia. Sus palabras parecen dirigidas a nosotros, ciudadanos del siglo XXI. «Buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda», decía (Is 1,17); y hoy seguiría: Dad trabajo a los parados, integrad en la sociedad a los discapacitados, no marginéis a los enfermos de SIDA, devolved la dignidad a los excluidos, recibid a los refugiados, dad casa digna al pueblo, poned al alcance de todos la educación, la salud y la cultura. Era Isaías la voz defensora de todos los marginados de la tierra.
La culpa de aquella situación la tenían, según él, los poderosos -«los montes y colinas de Israel»-, los jefes del pueblo en cuyas manos estaba legislar y hacer cambiar al país; a éstos gritaba: «Vosotros devastáis las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre» (Is 2,14). Gracias a esta práctica de pillaje y robo, sus mujeres podían convivir con el lujo y el derroche (Is 3,16ss).
Actuales resultan las palabras del profeta cuando se dirigen a latifundistas y terratenientes: «¡Ay de los que añaden casas y casas, y juntan campos con campos hasta no dejar sitio y vivir ellos solos en medio del país!» (Is 5,18ss).
Al leer estos textos da la impresión de que el mundo no ha cambiado desde entonces. Su lenguaje es actual y sus denuncias valederas. Su objetivo era hacer renacer la vida, implantando la justicia en un mundo sembrado de abusos sin fin…
¿Qué tenemos que hacer? Mirar hacia los demás. Trabajar para que nuestra sociedad sea más justa y se respete la dignidad de toda persona. Esa es la conversión que Dios espera de nosotros.
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