Testigos de la alegría
Posted by antenamisionera en diciembre 17, 2015
Domingo 4º Adviento, 20 de Diciembre de 2015
Toda palabra puede ser puñal que hiere o bálsamo que cura. Depende de cómo la utilicemos.
Con las palabras podemos matar la fama de una persona buena, podemos llevar hasta el abismo a base de mentiras a quien nos escucha. La palabra puede ser un arma peligrosa.
Con razón decía el apóstol Santiago: “Si alguno se cree religioso, pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio corazón, su religión es vana. La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación y no contaminarse con la mentalidad de este mundo” (Santiago 1, 26-27).
Por eso cuando la palabra no engaña nuestro corazón, cuando es cercanía a quien sufre, se convierte en medicina y bálsamo.
“La Palabra se hizo carne”. Lo escucharemos en la Eucaristía de Navidad. Se hizo carne en la carne de María. Y mientras esa palabra va creciendo en su interior, se pone en camino. Ella, con la Palabra encarnada en su seno, se pone al servicio de Isabel.
Es lo que años más tarde seguirá explicando el apóstol: “Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su rostro natural en un espejo: efectivamente, se contempló, se dio media vuelta y al punto se olvidó de cómo era. En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz” (Santiago 1, 22-25).
En María la palabra se hace fecunda porque la convierte en servicio. Una tarea que nos exige una profunda libertad. Quien pretende dominar se esclaviza, sólo quien se hace servidor podrá ser libre y será feliz.
Escribe José Antonio Pagola, comentando el evangelio de hoy: “La visita de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena”.
María que ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y títulos más alejados del clima de los evangelios.
María, «la madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor. Éste es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. « Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».
María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.
María, la evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Ésa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no sólo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.
María, portadora de alegría. El saludo de María contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate… el Señor está contigo».
Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.
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