Dios no tiene dueño
Posted by antenamisionera en enero 28, 2016
Domingo 4º TO, 31 de Enero de 2016
Nadie es profeta en su tierra. La frase se la debemos al evangelio. La experiencia la padeció Jesús en Nazaret, entre sus paisanos, en la sinagoga.
Tras proclamar, de parte de Dios, una amnistía para todos los pueblos de la tierra (Lc 4,14-19), Jesús dio por inaugurado «el año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, lo devolvió al sacristán y se sentó» (Lc 4,21ss). Los libros, por entonces, tenían un formato particular: se componían de piezas de papiro, cosidas una a continuación de otra, de manera que, una vez fijados sus dos extremos en sendos palos o cilindros, pudieran enrollarse en torno a los mismos. El lector liaba o desliaba el rollo de papiro, haciendo girar los cilindros hasta encontrar el texto deseado.
«Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje», apostilló el maestro ante una nutrida concurrencia de paisanos y conocidos. Según Jesús, la era del desquite de Dios, de un Dios pintado como vengativo, había terminado.
Pero la autoridad que aquel Maestro se había arrogado, queriendo cambiar incluso la imagen de Dios que tenían los judíos, llenó de furia a sus paisanos: «Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la gracia.» Por eso apelaron a sus humildes orígenes: «Pero ¿no es éste el hijo de José?» -se preguntaban asombrados-. ¿Quién se ha creído que es? ¿Va a venir éste a darnos lecciones…?
«Jesús les dijo: Supongo que me diréis lo del proverbio aquél: ‘Médico, cúrate a ti mismo’; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»
Ante la evidencia, piden pruebas. Pero Jesús no se las da. Solo les invita a recordar el comportamiento de su Dios en el Antiguo Testamento: «Os aseguro –añade- que a ningún profeta lo aceptan en su tierra. Además, no os quepa duda de que en tiempos de Elías, cuando no llovió en tres años y medio y hubo una gran hambre en todo el país, había muchas viudas en Israel; y, sin embargo, a ninguna de ellas enviaron a Elías; lo enviaron a una viuda de Sarepta en el territorio de Sidón. Y en tiempo del profeta Eliseo había muchos leprosos en Israel y, sin embargo, a ninguno de ellos curó; sólo a Naamán el sirio.» Dicho de otro modo: el Dios de Israel, aquel Dios que creían los judíos tener en monopolio, era patrimonio también de gentes de otra raza, tierra o religión. Prueba de ello era su comportamiento benéfico para con una pobre viuda de Sidón o un leproso de Siria, ambos extranjeros. La viuda había perdido a su hijo, y el profeta Elías se lo devolvió vivo (1 Re 17,1ss); Naamán fue limpiado de su lepra por el profeta Eliseo tras bañarse siete veces en las aguas del río Jordán (2 Re 5,1ss).
Las palabras de Jesús no agradaron a sus oyentes, que se habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. Por eso trataron de arreglar el conflicto por la vía rápida: «Al oír esto todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del cerro donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó.»
Aquel día, en Nazaret, en su propio pueblo, comenzó la pasión de Jesús. Sus mismos paisanos lo sentenciaron a muerte. Por aquella vez, «Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó», si bien no sabemos cómo. Dos o tres años después, el pueblo entero lo empujaría fuera de la ciudad, lo subiría a un monte y lo asesinaría colgándolo de un madero. Desde el día en que habló en Nazaret se veía venir tan trágico final.
Nosotros creemos que no acabó todo con la muerte de aquel hombre: Jesús se abrió paso entre la muerte y se fue con Dios: un Dios que no sabe de venganza, que solo entiende de amor y perdón; el Dios de Jesús, nuestro Dios.
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