La última tentación de Juan
Posted by antenamisionera en diciembre 7, 2016
Domingo 3º de Adviento – A – 11 de diciembre de 2016
Ser cristiano no consiste en hablar. Al hombre no se le mide por lo que habla, sino por lo que hace. Hay quienes hablan mucho y no hacen nada. Hay quienes hacen mucho y hablan poco. Vale más un corazón sin palabras que palabras sin corazón.
Hablar es fácil, prometer es fácil. Al naranjo, sin hablar, se le conoce por su madera, sus hojas, sus flores y sus frutos.
Al buen carpintero lo conozco no por lo que dice, sino por sus obras. Igualmente a la buena modista.
Ser cristiano no es saber mucho de la Biblia, saber mucho de Dios, etc. Hay analfabetos que son unos verdaderos santos y hay sabios que son unos verdaderos canallas.
Juan el Bautista estaba en la cárcel porque, cuando mandan los bandidos, los buenos tienen que ir a la cárcel. Desde allí envió a dos discípulos a Jesús para preguntarle si era él el Mesías, es decir, el Salvador que iba a venir al mundo y del que hablaban las páginas de la Biblia. Fue entonces cuando Jesús no les presentó palabras, les presentó obras: daba vista a los ciegos, daba oído a los sordos, hacía caminar a los tullidos, resucitaba a los muertos y todas sus preferencias eran por los pobres. ¡Y cuánto nos cuesta a nosotros darles preferencia a los pobres!
Cristo tuvo, sobre todo, obras en favor de los demás. Pasó por el mundo haciendo el bien.
Cuentan que un hombre vio en la calle a una niña aterida de frío y hambrienta. Este hombre se enfadó con Dios, diciéndole: «¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para remediarlo?».
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche aquel hombre oyó una voz que le decía: «Ciertamente he hecho algo. Te he hecho a ti para que socorrieras a la niña».
Muchos hombres y mujeres viven con la oscura convicción de que Dios es una presencia opresiva y dañosa para el hombre. Pensar en él, les crea malestar. Están convencidos de que Dios no deja ser ni disfrutar. Y, naturalmente, han terminado por prescindir de él.
Son personas que, tal vez, durante años han acudido a misa domingo tras domingo, pero nunca “han celebrado la eucaristía” ni la vida. No han dado gracias a Dios por la existencia ni se han sentido alimentados interiormente.
Son hombres y mujeres que, quizás, se han confesado de sus pecados durante años, pero no han experimentado el gozo, la fuerza renovadora y la liberación que nace en la persona cuando se sabe perdonada en las mismas raíces de su ser. Les parecía un castigo horroroso acercarse a recibir el don que más debería apreciar el hombre.
La moral cristiana siempre les ha parecido una carga insoportable y un fastidio. La mejor manera de hacer la vida de las personas más dura, pesada y molesta de lo que ya es en realidad. Una imposición más o menos represiva. Nunca una liberación y crecimiento personal.
Su relación con Dios ha estado impregnada de un temor oscuro e inevitable. ¿Cómo acercarse gozosamente a Alguien que nos presiona con castigos infinitos e inexplicables?
Estas personas necesitan escuchar hoy una noticia importante. La mejor noticia que pueden escuchar si saben realmente entender lo que significa. Ese Dios al que tanto temen, NO EXISTE.
Sería monstruoso pensar en un Dios que se acerca a los hombres precisamente para agravar nuestra situación e impedir nuestra felicidad.
Dios no es carga, sino mano tendida. No es represión, sino expansión de nuestra verdadera libertad. Dios es ayuda, alivio, fuerza interior, luz.
Y todo lo que impida ver la religión como gracia, apoyo al hombre, alegría de vivir, alivio ante la dura tarea de la existencia, constituye sencillamente una deformación, una grave perversión o un inmenso malentendido, aunque lo hagamos con la mejor intención.
El evangelio de hoy es la última tentación de Juan. Es la tentación de todo creyente cuando siente que Dios no responde a la idea que nosotros nos habíamos hecho de él. O cuando Dios pareciera desentenderse de nosotros y nos deja solos y abandonados en la humedad y la oscuridad de la cárcel de nuestros problemas. O cuando no lo vemos y sentimos que tampoco nos escucha, ni nos hace caso.
Pero Él está ahí.
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