Volver a ser lo que siempre fuimos
Posted by antenamisionera en mayo 24, 2017
Domingo de la Ascensión – 28 de Mayo de 2017
Mateo 28, 16-20.
Pocas experiencias más duras que la despedida a la persona querida que la muerte nos arranca para siempre. Ya no podremos abrazarla, mirarla a los ojos, escuchar sus confidencias, hablar con ella como en otros tiempos. Su habitación ha quedado vacía. Ya no está. Nadie podrá llenar su ausencia.
En medio de la pena inmensa, comienzan a surgir las preguntas: ¿Por qué ha tenido que ser así?, ¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué nos ha dejado solos?, ¿por qué ahora que tanto la necesitábamos? Así sienten esposos, amigos o cuantos pierden a un ser querido.
La muerte no ha logrado, sin embargo, arrancar a esa persona de nuestro corazón. La seguimos queriendo. Podemos recordarla, reavivar lo que hemos compartido y vivido juntos, lo que nos ha querido comunicar a lo largo de los años. Tal vez no la hemos comprendido del todo; sin duda, la podíamos haber querido más. No es el momento de culpabilizarnos. Ahora nos queda el amor con que esa persona nos ha acompañado durante su vida.
Tenemos mucho que agradecer. Esa persona, con todas sus limitaciones y deficiencias, ha sido un regalo. Hemos disfrutado de su presencia. Nuestra vida ha sido más dichosa gracias a su compañía y amistad. Su partida no podrá nunca destruir lo vivido. La muerte le ha separado de nosotros, pero la ha conducido hasta el misterio insondable de Dios. Allí nos espera.
Jesús al despedirse de sus discípulos les dice: “Yo estaré con vosotros”
Ésta es una de las promesas más consoladoras que Jesús nos ha dejado.
Yo estoy con vosotros todos los días. La ausencia solo es aparente. Él se queda con nosotros, aunque de otra manera.
Son los milagros del amor. Para el amor no hay distancias ni hay vacíos; siempre encontrará una manera de estar, aunque solo sea en el corazón. La madre, cuando se despide de sus hijos, promete con toda verdad que no se va del todo, que se queda; que ellos se van con ella y que ella se queda con ellos, todo en el corazón. Así, Jesús marcha al Padre, pero lleva escrito en su corazón el nombre de todos los suyos; archa al Padre, pero se queda en el corazón de todos los suyos.
Desde que Jesús asumió nuestra naturaleza ya no puede desentenderse del hombre. Yo estoy con vosotros. Todo lo ha llenado de su presencia. Todo. En cada cosa, en cada persona o acontecimiento, podemos ver el sello de Cristo: una sonrisa, una lágrima, una victoria o una derrota, un niño que nace o alguien que muere, un enfermo y la persona que lo cuida, el pobre que tiende la mano o el menos pobre que abre la suya, y en los que se quieren y se perdonan, y en todo amor, en toda bondad, en todo esfuerzo o dolor podemos ver el sello de Cristo. Todo puede ser signo de su presencia, si se sabe ver y si se sabe vivir.
Por eso, hoy, no nos cansamos de agradecer este don de Jesús. Y quizá la mejor manera de agradecer sea descubrir su presencia, abrirse a su presencia, vivir su presencia. Que sepamos valorar este gesto de quedarse con nosotros.
¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?
No tanto mirar al cielo. Es misión nuestra mirar a la tierra para que se vaya convirtiendo en un cielo. La hora del compromiso. Quiere decir que, si Cristo se ha marchado, nosotros tenemos que hacerlo presente. Es la hora del testimonio. Jesús mismo nos envía: “Id y haced discípulos”.
Recogemos el testigo de Cristo. Recorramos el mundo presentando ese testigo. Repitamos no solo las palabras, sino los gestos de Jesús: donde haya una herida, sepamos curar; donde haya una necesidad, sepamos compartir; donde haya una división, sepamos unir; donde haya una soledad, sepamos acompañar; donde haya una injusticia, sepamos luchar; donde haya un desamor, sepamos amar.
Id al mundo entero repitiendo mis palabras, multiplicando mis gestos, celebrando mi Pascua. Haced mis veces. Sed una pequeña imagen mía, un Jesús vivo.
“Id”. Todos somos enviados. Todos somos misioneros. Vamos con todos los poderes. Pero no son poderes económicos, políticos o militares. Vamos con el poder de la fe, que es invencible. Vamos con el poder de la paz, que es contagioso. Vamos con el poder del amor, lo más fuerte que hay en el mundo. Vamos con el poder de Dios.
La tarea que nos espera es difícil. Hay muchos enfermos que curar, hay muchos muros que romper, muchos puentes que construir, muchas manos que unir… Hay realmente mucho que hacer…
Deja una respuesta