No tengáis miedo
Posted by antenamisionera en junio 21, 2017
Domingo 12º – A – 25 de Junio de 2017
Mateo 5, 38-48.
Escuchando estas palabras del evangelio que acabamos de leer, nos viene enseguida a la cabeza la vida de los primeros cristianos, y nos hace pensar en las dificultades, a veces durísimas, que tuvieron que superar para mantener la fe.
Después de la resurrección, con la fuerza del Espíritu, los apóstoles, los discípulos, los primeros cristianos, empezaron una vida de firmeza, de fidelidad. Su vida entera quedó marcada por Jesús y el Evangelio; la dedicación a anunciar la Buena Nueva no podía ser detenida por nada ni nadie.
Aquellos primeros cristianos no lo tenían nada fácil. Todo conocemos las persecuciones que tuvieron que sufrir y la respuesta generosa que muchos de ellos dieron a través del martirio. Pero no son sólo las persecuciones. Está también la dureza y la dificultad de la vida de cada día en medio de aquella sociedad, que no hacía nada fácil el seguimiento del camino de Jesucristo.
San Pablo mismo, en su primera carta a los cristianos de Corinto, lo explica muy bien: «Los judíos piden signos prodigiosos, los griegos, sabiduría, pero nosotros predicamos a un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los otros».
Los judíos se reían de los cristianos porque estos seguían a un pobre profeta que había acabado sus días colgado de un madero, y así había perdido todo prestigio. Ser cristiano en la sociedad judía era ser considerado miembro de una secta miserable, que había roto con el Dios grande y glorioso del pueblo de Israel.
Y los griegos, los paganos, se reían de los cristianos porque decían cosas muy sencillas, de muy poca altura. Cosas que, de hecho, eran absurdas. Porque -decían los griegos- ¿cómo es posible creer que a Dios se le encuentra en un predicador de una aldea perdida que lo único que dijo era que debíamos amarnos, y que no manifestó ninguna erudición, ni ningún poder extraordinario? ¿Cómo es posible creer que Dios se ha manifestado resucitando a un condenado a muerte? ¿Cómo es posible seguir una religión que lo que propone es una vida de servicio, de entrega, de amor a los pobres? ¡Eso, si acaso -decían los paganos- es propio de pobre gente que no tiene nada mejor en la vida!
Era difícil ser cristiano en aquellos primeros tiempos. Y era importante, para aquellos primeros cristianos, decirse y repetirse las palabras de Jesús: «No tengáis miedo a los hombres. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo».
Para nosotros también es difícil. Tampoco está bien visto, en este nuestro mundo, ser cristiano.
Entre nosotros ya no hay persecuciones cruentas. Y, en este nuestro mundo, hay mucha gente de buena voluntad que aun no siendo cristianos, reconocen la fuerza de amor y fidelidad que proviene del Evangelio: grandes ejemplos de fidelidad cristiana -podemos recordar, por ejemplo, las muertes del obispo Oscar Romero o las del jesuita Ignacio Ellacuría y sus compañeros; o, más atrás, la del sacerdote polaco Maximiliano Kolbe o la carmelita Edith Stein- han conmovido las conciencias de muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Y lo mismo sucede con ejemplos más cotidianos, de convivencia diaria de creyentes y no creyentes.
Pero aun así, es cierto que en nuestro mundo, en el sistema de este mundo, el seguimiento de Jesús y su Evangelio no tienen muy buena acogida. Y por eso, nosotros debemos escuchar la llamada a la fidelidad y la firmeza que nos lanza Jesús. Porque tenemos la tentación de negarle. De negarle con nuestra manera de vivir, y de negarle con nuestra palabra.
¿Qué quiere decir negarle con nuestra manera de vivir? Quiere decir tener miedo a que nos tachen de ilusos, o de fracasados, o de poquita cosa. Nuestro mundo valora el éxito, la agresividad, el afán de tener y de escalar. Y el que, en lugar de todo esto, es generoso, desprendido, servicial, dedicado a los demás, poco deseoso de poseer y exhibir… este es tenido por un don nadie. Jesús nos dice que, si queremos seguirle no debemos tener miedo de todas estas críticas.
¿Y qué quiere decir negarle con nuestra palabra? Quiere decir, claro está, esconder que somos cristianos. Seguramente no se trata de ir proclamándolo por calles y plazas, pero es cierto también que obraríamos mal si tuviéramos miedo de que la gente conociera nuestra fe. Jesús nos dice que no hemos de tener miedo de esto, sino todo lo contrario: debe hacernos ilusión dar a conocer esta fe que nos hace felices.
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