LEGALIDAD, ÉTICA Y MORAL
Posted by antenamisionera en octubre 25, 2017
Domingo 30º – A – 29 de Octubre de 2017
Éxodo 22, 20-26. Mateo 22, 34-40.
¿Cómo funciona nuestra sociedad?
Un ejemplo. Un individuo tiene una deuda considerable con un banco o una empresa. Una deuda que, puesto que las cosas no le van bien, no consigue pagar. Y, al llegar al término del pago, el banco o la empresa van a los tribunales y los tribunales, con la ley en la mano, embargan los bienes de aquel hombre.
¿Qué os parece? Sin duda, aquí, según la ley, no hay nada criticable, se ha hecho lo que había que hacer. E incluso se podría añadir que, si no se hiciera así, la economía no podría funcionar adecuadamente… ¡aquel banco y aquella empresa tienen derecho al dinero que se les debe! Pues bien, según lo que hemos leído en la primera lectura, ese embargo va contra la Ley de Dios.
Otra historia más. Un propietario tiene a unos inquilinos en un piso. Unos inquilinos que van tirando a duras penas y que pagan su alquiler con grandes dificultades, y alguna vez se retrasan y otras veces solo logran pagar una parte y el resto unos días más tarde, y al fin llega un mes en el que no pagan… El propietario, con la ley en la mano, los echa del piso, y así encima puede subir el alquiler a los nuevos inquilinos que contrata.
Sin duda ahí podría decirse: si no han pagado, ¿con qué derecho están en el piso? ¡El propietario tiene sus pisos para hacer negocio! ¡No hace pues nada ilegal ni reprobable echando a esos inquilinos! Pues bien, por mucho que las leyes le den la razón en su modo de actuar, este propietario va contra la Ley de Dios.
Y todavía una última historia, muy corriente en estos tiempos (sin que quiera decir que ocurre en todos los casos, ¡gracias a Dios!). Me refiero al caso del gran empresario que ha hecho su buen dinero en las épocas fáciles y que ahora, cuando las cosas no van tan bien y no es posible acumular dinero como antes, pues se guarda su dinero, no invierte, y deja a la gente sin trabajo.
Desde luego que nadie puede obligarle a invertir, a ese individuo: las leyes dicen que el dinero es suyo y que puede hacer con él lo que le parezca… la propiedad privada nadie la puede tocar. Pero yo os aseguro que lo que hace ese hombre es pecado, es totalmente contrario a la voluntad de Dios.
¿Y eso por qué? ¿Por qué decimos que esta gente que actúa con toda legalidad está en contra de la Ley de Dios? Oh… pues porque resulta que el modo de funcionar de nuestra sociedad, sus criterios de actuación y sus leyes, tienen muy poco que ver con los criterios de actuación de Dios.
En nuestra sociedad, en nuestras leyes, APARECE, COMO LO MÁS SAGRADO, EL QUE CADA UNO ES DUEÑO DE SU DINERO Y DE SUS PROPIEDADES, que nadie puede tocar y de modo que, cuanto más dinero y propiedades tenga una persona, más fácil le resultará acumular cada vez mayor riqueza, aunque sea a costa de los demás. Y si luego uno quiere hacer caridad con su dinero, o quiere regalarlo a quien le parezca, eso es problema suyo: nadie puede exigirle ni criticarle el que lo haga.
Los criterios de Dios son otros
Por el contrario, según los criterios de Dios, las cosas van de otra forma. Porque LO MÁS SAGRADO NO ES LA PROPIEDAD PRIVADA, SINO EL QUE TODO EL MUNDO PUEDA VIVIR BIEN Y TENGA LO NECESARIO. Ya lo habéis oído en la primera lectura: si le prestas dinero a uno que tiene menos que tú, no le exijas los intereses porque lo ahogarías; y si has embargado algo y su propietario lo necesita, devuélveselo; y no te aproveches de los que no tienen poder ni posibilidades de defenderse porque se encenderá mi ira -dice el Señor- y os haré morir a espada.
Esos son los criterios de Dios, las leyes de Dios. De modo que el derecho al dinero que uno ha ganado no es, en realidad, ningún derecho. Un cristiano no puede decir: «Esto es mío, pero como soy buena persona, haré caridades». No, no es eso. Sino que nuestro deber, el deber de un cristiano, por Ley de Dios, es pensar que lo que tenemos ha de estar de algún modo al servicio de todos, es decir, al servicio de los que tienen menos que nosotros. Y así cumpliremos el mandamiento de Jesús que hemos escuchado en el evangelio: el mandamiento de amar a los demás, que es la consecuencia primera y palpable del primer mandamiento -el del amor a Dios- y está unido indisolublemente con él. Así pues, ¿qué hay que hacer? ¿Es posible cumplir esas leyes de Dios? ¿No sería una locura, una revolución, si se pusieran en práctica?
Pues sí, SIN DUDA SERIA UNA REVOLUCIÓN. Pero es que precisamente muchas veces pensamos que la fe y el Evangelio es algo que sirve para conservar las cosas en orden y tranquilidad y cada uno en su casa, mientras que, en realidad, el Evangelio propone un modo de vivir distinto, un mundo distinto basado en el amor. Y precisamente nuestra sociedad no se basa en el amor, sino en el lucro, en la ganancia, en el apañarse cada uno como pueda para tirar adelante…
El amor al prójimo se convierte en el cristianismo en el termómetro que nos indica si amamos y en qué medida a Dios. Y eso es camino. Con razón decía San Juan de la Cruz que somos como un leño verde en el fuego: primero se seca, luego se incendia la parte externe hasta que todo se convierte en pura ascua. ¿Para qué hemos nacido? Para aprender a amar.
Sí, a mi me parece que el evangelio y las lecturas de hoy deberían hacernos reflexionar sobre el funcionamiento de nuestro mundo, sobre lo mucho que debería cambiar todo para que todo eso se acercara un poco más al plan de amor de Dios. Debemos reflexionar, y ver si en nuestra actuación concreta hay algo que también deba cambiar.
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