LA PRIMERA PALABRA DE DIOS: ALEGRATE
Posted by antenamisionera en diciembre 5, 2017
Fiesta de la Inmaculada – 8 de diciembre de 2017
Lucas 1, 26-38.
La primera palabra de parte de Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: Alégrate.
Hace años alguien lo expresó así: «La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo».
Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede obligar a que esté alegre ni se le puede imponer la alegría por la fuerza. La verdadera alegría debe nacer y crecer en lo más profundo de nosotros mismos.
De lo contrario; será risa exterior, carcajada vacía, euforia creada quizás en una «sala de fiestas», pero la alegría se quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.
La alegría es un don hermoso, pero también muy vulnerable. Un don que hay que saber cultivar con humildad y generosidad en el fondo del alma.
Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír, cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra?
La alegría de María es el gozo de una mujer creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos.
La alegría verdadera solo es posible en el corazón del hombre que anhela y busca justicia; libertad y fraternidad entre los hombres.
El evangelio nos enseña que la madre de Jesús fue una mujer sencilla, de un pueblo pobre y perdido. La idea que María tenía de sí misma es que era una «esclava». Esclava «de Dios». Pero la condición de esclava era, en aquellos tiempos, la condición de los sencillos y sumisos. Esto es más importante que la «pureza sin mancha», por muy importante que eso sea. La devoción a María nos tiene que llevar a ser como «esclavos» en la conducta humilde y sin pretensiones de ser los selectos o los mejores.
María se alegra en Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.
Solo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran.
Solo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados.
Solo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros.
Solo puede celebrar la Navidad quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre nuevo entre nosotros.
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