CAMINOS NUEVOS PARA UNA HISTORIA NUEVA
Posted by antenamisionera en diciembre 7, 2017
Domingo 2º de Adviento – 10 de Diciembre de 2017
Evangelio: Mc 1, 1-8.
Los caminos ya andados son conocidos. Necesitamos abrir caminos nuevos. Quizás donde menos lo esperamos.
En este tiempo de Adviento el desierto adquiere un protagonismo especial. Y el desierto encierra en sí una ambigüedad tremenda: durante el día el calor es agobiante, por la noche el frío puede ser mortal.
No existe solo el desierto geográfico: está el desierto humano, personal, aquel que todos experimentamos alguna vez en nuestra vida. Y no es menos ambiguo.
El Reino de Dios no comienza a ser anunciado en grandes ciudades ni en lugares de lujo, sino en el desierto.
Normalmente las personas caminamos mirando hacia el suelo para saber dónde ponemos nuestro pie. En el desierto no existen caminos. Mirar hacia el suelo sería perdernos. Tenemos que mirar hacia arriba: el sol, las estrellas nos van marcando el camino. Si en nuestra vida de cada día miramos nuestros intereses más cercanos posiblemente terminaremos perdiéndonos en la nada. Necesitamos en el desierto mirar hacia arriba, hacia valores que tengan en cuenta a los demás. Es la única posibilidad de no perder el rumbo.
No por casualidad Juan Bautista se fue al desierto.
En el desierto encontramos la soledad, que no el vacío. El vacío nos anularía como personas. La soledad puede estar llena de personas. Pero la soledad nos impide “aprovecharnos” de las personas con las que vivimos. Desde la soledad nos encontramos con las personas y con Dios únicamente desde una actitud: la gratuidad. No es posible una relación comercial: te doy, me das. En la soledad doy sin pedir nada a cambio. No dependo de que lo que pueda recibir a cambio. Y ahí se manifiesta nuestra grandeza humana.
Estando en el desierto la única persona que puedo ver soy yo mismo. Es una oportunidad única para ver y aceptar mi propia verdad. Por eso quienes iban a encontrarse con Juan Bautista reconocía sus pecados, reconocían lo que realmente eran y empezaban a tomarse en serio aquello que querían ser.
Si encontramos a alguien en la soledad del desierto, y hemos superado el miedo al otro, será una experiencia humana sumamente gozosa.
Descubriremos el valor del encuentro humano desinteresado y, sin pretenderlo, saldremos profundamente enriquecidos.
Mantenerse en el desierto es fuente de esperanza. Pero sabemos que no todo en la vida es desierto. Sabemos que hay oasis, ciudades donde tendremos la posibilidad de vivir el encuentro con los otros como solidaridad y amor, más allá de las limitaciones y las oscuridades de cada uno. No las vemos, pero el desierto tiene sus puertas y cuando menos lo esperemos nos encontraremos con alguna de ellas. Solo necesitamos ser constantes y seguir caminando.
El Bautista proclamaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo”. Incluso en las tormentas de arena no hay motivo para perder la esperanza.
Permíteme compartir este poema de Javier Leoz:
En el desierto del mundo
donde la locura vuela más deprisa que la sensatez,
allá donde la pobreza ya no llama la atención
y se convierte en estandarte de un mundo infeliz…
Quiero, Señor, preparar tu camino.
En la soledad del que busca y no encuentra compañía
en la desesperanza de familias
que han perdido el horizonte de la alegría
en los egoísmos y soberbias
que me impiden verte cara a cara….
Quiero, Señor, preparar tu camino.
Luchando, por rebajar todas esas colinas de autosuficiencia,
avanzando, para llenar lo que la sociedad
caprichosa e insolidaria, mezquina y sin sentido
pretende dejar, lo más sagrado, vacío y sin contenido…
Quiero, de verdad Señor, preparar tu camino.
Despejar nuestras mentes embarulladas por lo efímero
y colmarlas con tu presencia, con tu Nacimiento
denunciar falsedades o verdades a medias
y, con la trompeta de tu nuevo día,
pregonar a este mundo que todavía es posible la esperanza.
que Tú, Señor, estás por llegar
pero que, los caminos por donde avanzamos,
no son los auténticos para poderte alcanzar.
Tú Señor, puedes cambiar el ritmo de la historia
si somos capaces de dejar aquello que nos atenaza,
duerme, amordaza, esclaviza y nos impide caminar.
Contigo, Señor. Para Ti, Señor. Por Ti, Señor.
Quiero preparar mis caminos: que sean los tuyos.
Quiero andar por tus caminos: sal a mi encuentro.
Quiero dejar los viejos: renuévame con tu gracia.
¡Ven, Señor! ¡Apresura tu llegada!
¡Contigo, para siempre, por tus caminos!
¡Podemos cambiar el ritmo y la orientación de nuestra historia…! El problema es ¿qué estamos dispuestos a jugarnos por ello?
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