BLOG DE ANTENA MISIONERA

"Mirar con los ojos de los que sufren"

LOS EXCLUIDOS DE LA SOCIEDAD

Posted by antenamisionera en febrero 8, 2018

Domingo 6º T.O. B – 11 de febrero de 2018

Marcos 1, 40-45

 

En el Antiguo Testamento la lepra se consideraba un castigo de Dios por los pecados que el paciente había cometido contra el prójimo, especialmente pecados de la lengua como la calumnia o la mentira.

Cuenta el evangelio de este domingo que un leproso se atrevió a acercarse a Jesús. Le suplicaba «de rodillas» porque deseaba ardientemente que Jesús le sacara de aquella situación espantosa en la que vivía. El leproso le decía a Jesús: «Si quieres, puedes limpiarme». Su fe le decía que Jesús podía hacer esas cosas tan extraordinarias. Entonces, Jesús sintió lástima, porque tenía buen corazón, y le tocó diciendo: «Quiero, queda limpio».

El pobre ya es visto por el resto de la sociedad, como mínimo, como un posible delincuente, por el simple hecho de ser pobre, no importan las causas. Aunque la historia nos diga que los grandes delincuentes, los de guante blanco, no viven en las afueras de la ciudades, sino en zonas residenciales.

Pero el pobre siempre ha sido un peligro para la sociedad. Su sola presencia es una acusación para quienes viven en una riqueza amasada con el sufrimiento de los pobres. Por eso el pobre se convierte en un peligro social.

En la sociedad judía el leproso no era solo un enfermo. Era, antes que nada, un peligro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida.

El viejo libro del Levítico (1ª lectura de hoy) lo decía en términos claros: «El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada… Irá avisando a gritos: “Impuro, impuro”Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado».

La actitud “correcta y santa”, sancionada por las Escrituras, era clara: la sociedad ha de excluir a los leprosos. Es lo mejor para todos. Una postura firme de exclusión y rechazo. Siempre habrá en la sociedad personas que sobran.

Jesús se rebela ante esta situación. El leproso no pide «ser curado» sino «quedar limpio». Lo que busca es verse liberado de la impureza y del rechazo social. Jesús queda conmovido, extiende su mano, «toca» al leproso, lo cual según la ley hace que él se convierta en “impuro”, y le dice «Quiero. Queda limpio».

Jesús no acepta una sociedad que excluye a leprosos e impuros. No admite el rechazo social hacia los peligrosos. Jesús toca al leproso para liberarlo de miedos, prejuicios y tabúes.

Lo limpia para decir a todos que Dios no excluye ni castiga a nadie con la marginación. Es la sociedad la que, pensando sólo en su seguridad, levanta barreras y excluye de su seno a los que considera indignos.

Sin duda quedó grabado en la memoria de todos los presentes el gesto de extender la mano y tocar a un leproso. Con ese gesto tan humano y su palabra poderosa, Jesús le curó. Sabemos bien que al curar a aquel hombre, otra vez le devolvía a la sociedad y a la vida. No es extraño que aquel leproso divulgara su curación con grandes ponderaciones, a pesar de la prohibición expresa de Jesús. Se sentía tan feliz que no podía guardar para él solo lo que acababa de ocurrirle. Era demasiado bonito para guardar el secreto.

Para nosotros, este gesto de Jesús contiene un mensaje hermoso. Sabemos que Jesús siempre estuvo cerca de los más despreciados. El evangelio cuenta muchas veces la atención que Jesús prestaba a enfermos, paralíticos, pecadores, leprosos, marginados, etc. Y es que para ellos también traía Jesús la buena noticia del amor de Dios. Con mucha frecuencia, esa pobre gente le rodeaba y le seguía a todos los sitios. El evangelio de este domingo dice que, desde ese día, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo y que, aun así, acudían a él de todas partes. Y ello porque había demasiada gente en Israel que sufría y buscaba su salvación en Jesús. Jesús siempre sentía lástima y terminaba accediendo a lo que le suplicaban con tanta insistencia y tanta fe.

Ahora nosotros también vemos que nuestra sociedad margina a muchas personas. Por los márgenes de nuestra sociedad podemos encontrar a drogadictos, personas sin cultura, pobres, negros, emigrantes sin papeles, enfermos y otros muchos seres humanos que arrastran una vida llena de penalidades. No vivimos en un paraíso. A las puertas de nuestra sociedad rica llegan también multitud de seres humanos huyendo de una vida insoportable. Basta con poner los ojos en el mapa del mundo para ver el espectáculo terrible del hambre, las guerras, las epidemias, las violaciones de los derechos humanos, la explotación o la degradación de muchos hombres, mujeres y niños, condenados a vivir una vida indigna. Son como los nuevos leprosos de nuestro mundo.

Seguramente mucha gente no tendrá tiempo para pensar en estas cosas, porque está entretenida en una vida sin grandes sobresaltos o en sus pequeños problemas de gentes satisfechas. Pero los cristianos debemos tener una sensibilidad especial ante el sufrimiento de nuestros hermanos. Así lo hemos aprendido de Jesús.

Jesús había venido para hacer renacer la vida y la esperanza en todos aquellos a los que la sociedad había quitado las esperanzas de vida. Su decidida actitud le acarrearía el ser considerado persona “non grata” por todos los defensores del orden establecido, poder civil y religioso.

Así es la vida: quien toma partido contra un sistema que, en pro de una ley que beneficia a una élite de privilegiados, margina a las personas más necesitadas de atención, termina él mismo siendo marginado. Y si no, hagamos la prueba defendiendo con hechos contundentes y denuncias claras a los drogadictos, alcohólicos, mendigos, prostitutas, delincuentes, a esa larga lista de leprosos que hemos arrojado  entre todos de nuestra convivencia por miedo a contagiarnos. Es la sociedad quien los ha situ

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