LA ALEGRÍA DEL AMOR COMPARTIDO
Posted by antenamisionera en abril 4, 2018
Domingo 2º de Pascua – 8 de abril de 2018
Evangelio: Juan 20, 19-31.
Hace una semana que celebrábamos la fiesta de Pascua, pero la liturgia no lo considera exactamente así. La Pascua es una constante presencia de Cristo resucitado en medio de su comunidad, presencia que se reitera una y otra vez y que se manifiesta de múltiples formas.
En el evangelio de hoy, Juan insiste en que Jesús, a pesar de la incredulidad de los apóstoles, ejerce una real presencia en la comunidad reunida, particularmente en la celebración eucarística del domingo, el primer día de la semana.
Efectivamente, las dos manifestaciones de Jesús –en una está Tomás ausente, en la otra presente- se realizan “estando los discípulos reunidos en la casa” y, precisamente, el domingo.
El Señor no puede ser visto y reconocido sino en la misma comunidad, allí “donde dos o tres se reúnen en mi nombre”.
Inútil es buscar al Señor en el aislamiento y separados de la comunidad. Fue lo que le pasó a Tomás la primera vez: se había separado de sus compañeros y, encerrado en su posición, no creyó en el testimonio de los otros.
¿Cómo manifiesta Jesús su presencia?
Juan lo relata con su típico lenguaje alegórico: Cristo está presente allí donde los hermanos viven la alegría, la paz y la unidad por el mismo espíritu.
Él mismo dice: “Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
La alegría de la comunidad cristiana es la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la muerte. Y es una verdadera pena que nuestras reuniones eucarísticas hayan perdido la alegría en aras de una convencional seriedad ritual. La alegría cristiana es esa sana y serena expresión de una profunda paz interior. “La paz esté con vosotros”, se nos dice en cada eucaristía como lo dijo Jesús en aquellas liturgias pascuales que nos relata el evangelista Juan.
La alegría Pascual
La alegría es el signo de la presencia de Cristo resucitado. Seguramente que los cristianos no estamos muy convencidos de ello o no lo hemos comprendido del todo, a juzgar por nuestras actitudes y conducta.
Cada misa debería ser gozada por la comunidad, y el gozo de cada uno compartido con el otro. Para eso necesitamos crear un clima de mayor sencillez y espontaneidad, de modo que cada domingo festejemos la alegría de haber vivido una semana de amor y servicio a los hermanos.
En Pascua celebramos la alegría del amor que da, que ofrece, que comparte y que sirve. Por eso, una comunidad sin acción, sin dinamismo, sin responsabilidades compartidas no podrá nunca gozar del auténtico sentido de la alegría pascual.
La alegría pascual sale de nosotros, del interior hacia afuera. No es producida por lo bueno que hay afuera sino por el bien que tenemos dentro, la presencia de Jesús. La alegría que depende del exterior es fatua, porque no suprime la cobardía ante la vida ni tiene nada esencial para fundamentarla.
La experiencia de Tomás
La actitud de Tomás es la nuestra y su problema es también nuestro: ¿cómo ver a Jesús si no se nos aparece?
Y la respuesta del Señor: ¿Cómo quieres verme si no unes a tus hermanos?
Es probable que, alguna vez, todos hayamos dudado de la presencia de Cristo resucitado, pero el evangelio nos dice que detrás de esa duda se esconde otra cosa: también negamos o dudamos de la presencia de nuestro prójimo, por lo menos de algunos, porque vivimos como si no existieran.
Ahora el cuerpo de Jesús es la comunidad -“vosotros sois el cuerpo de Cristo”, insistió Pablo- y la primera lección de la Pascua es ésta: felices seremos si aceptamos a esta comunidad y a estos hermanos, miembros todos del único y mismo cuerpo de Cristo resucitado.
En la medida en que metamos nuestros dedos en las llagas abiertas de la comunidad, en su dolor, en sus angustias, en sus pobres y enfermos; en la medida en que toquemos ese cuerpo sufriente y lo reconozcamos como nuestro cuerpo, en esa misma medida descubriremos a Cristo resucitado. Aquí está nuestro Señor y nuestro Dios, y aquí es donde debemos adorarlo y servirlo.
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