BLOG DE ANTENA MISIONERA

"Mirar con los ojos de los que sufren"

Ir más allá de lo inmediato

Posted by antenamisionera en julio 31, 2018

Domingo 18º B – 5 de agosto de 2018

Juan 6, 24-35.

 

No basta con saciar el hambre; no basta con la justicia. Aunque, tal y como están las cosas, acabar con el hambre y la injusticia sería un logro importantísimo, el proyecto de Jesús es mucho más ambicioso: pretende que el hombre consiga llenar no solo el estómago, sino también el corazón.

 

¿Pan o libertad?

Cuenta el Libro del Éxodo (primera lectura) que, pasado el mar Rojo, cuando comenzaron las primeras dificultades para encontrar comida, «la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés…, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos». El hambre restó valor a la libertad, recién alcanzada, y al recordar el pasado, la humillación de la esclavitud pasó a un segundo término, desplazada por el recuerdo de las ollas llenas de carne y el pan en abundancia. Entonces, sigue contando el libro del Éxodo, Dios hizo llover una sustancia blanca a la que los israelitas llamaron «maná» y que sabía a galletas de miel (Ex 16,31). Gracias a aquel alimento no se detuvo la marcha hacia la libertad. A los israelitas nunca les faltó la comida porque, aunque siguieron protestando (Ex 17,1-7), Dios no abandonó nunca al pueblo que había liberado. La tentación de volver atrás se repitió (Nm 11,1-9), pero Dios no permitió que el proceso de liberación, recién iniciado, fracasara, y los sació con aquel pan llovido del cielo (Ex 16,4.15; Neh 9,15) para que la falta de alimento material no apagara el hambre de libertad.

 

El alimento que dura

«-No me buscáis por haber visto señales, sino por haber comido pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar el Hombre, pues a éste, el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello». Al terminar el reparto de los panes y los peces, Jesús se marchó solo al monte para evitar que lo hicieran rey; pero al día siguiente la gente lo busca porque con él, piensa, está resuelto el problema básico de su vida.                                                                                                                                                         Es una reacción comprensible en quienes no tenían asegurado el pan de cada día; pero Jesús sabe que para que el hombre crezca en plenitud y su vida se haga definitiva es necesario un alimento más completo que el solo pan. El reparto de los panes y los peces no es solo un medio para resolver el hambre material, es un nuevo modo de entender las relaciones humanas, sustituyendo el egoísmo por el amor, y precisamente por eso señala la solución definitiva a la falta de alimento.

La gente, que había saciado su hambre con el pan, no supo descubrir la señal; por eso pretenden hacer rey a quien les había dado de comer, y van tras él sin haber asimilado la lección. Jesús, al contrario que los pastores de este mundo, no se siente feliz viendo cómo lo sigue una multitud de estómagos satisfechos, prontos a renunciar a su libertad y a su responsabilidad a cambio de un pan y de unos pescados, y en lugar de halagar sus oídos, les pone ante los ojos las razones de su interés por él: «No me buscáis por haber visto señales, sino por haber comido pan hasta saciaros.» Y puesto que su misión no consiste en resolver graciosamente los problemas sin esfuerzo ninguno por parte de los interesados, sino en proporcionar los instrumentos para que quien esté dispuesto busque, encuentre y aplique las soluciones adecuadas, anima a aquella multitud a no esperar que se lo den todo hecho, sino a trabajar.

Eso sí, indicando que el trabajo que realmente vale la pena es el que proporciona algo más que la pura satisfacción de las necesidades materiales, el trabajo que busca procurarse el alimento que ofrece el hombre que ha sido configurado por Dios con el don del Espíritu (el sello de Dios): el Hombre, que, en cada gesto que realiza, manifiesta el amor de Dios.

 

El pan de vida

Cuando oyen a Jesús hablar de trabajo piensan en seguida en la antigua Ley de Moisés: Dios les había dado a los israelitas en el desierto el maná, pero también les impuso una ley que debían cumplir; ése fue el «trabajo» que Dios exigió a sus antepasados, y ahora esperan que Jesús les dé una lista de leyes que ellos están dispuestos a aceptar a cambio de que Jesús les asegure el pan. Pero Jesús no les da leyes; les pide algo más: «Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado.» Jesús les pide la adhesión a su persona y a su proyecto: que lo acepten a él como «el verdadero pan del cielo…, el pan que baja de Dios y da vida al mundo».

Jesús no viene a resolver ningún problema particular; él ofrece una respuesta global a la vida del hombre y se da como alimento para que esa vida crezca y se fortalezca y los hombres puedan saciar todas sus aspiraciones: acabar con el hambre, por supuesto, pero también satisfacer el deseo de amar y sentirse amado; ver cumplida la urgencia por la justicia, y también la necesidad de ternura, sentirse en armoniosa y fraterna relación con sus semejantes, y también, como hijos, con el Padre Dios.

El trabajo que Jesús nos pide a sus seguidores es que nos tomemos en serio todo esto; que nos pongamos de su parte, que aceptemos plenamente su proyecto de hacer de este mundo un mundo de hermanos, que dejemos que el Padre nos selle con su Espíritu y nos dé con él la fuerza que nos permita ser capaces de hacer de nuestra vida un don continuo en favor de la vida del mundo, de tal modo que, sin rendirnos jamás en la lucha por la justicia, sin olvidar que la primera que hay que satisfacer es el hambre de alimento, nunca perdamos de vista que las hambres del hombre no se sacian sólo con pan y ni siquiera con sólo justicia: el hombre necesita amor, todo el amor, hasta el amor de Dios. Cuando en nuestro mundo domine solo el amor se habrá revelado el pleno sentido de las palabras de Jesús: «Yo soy el pan de vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta atención nunca pasará sed.»

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