EL CANSANCIO NO NOS DEBE PARAR
Posted by antenamisionera en agosto 7, 2018
Domingo 19º B – 12 de agosto de 2018
1ª Reyes 19, 4-8. Juan 6, 41-52.
A muchos hombres y mujeres, nacidos en familias creyentes, bautizados a los pocos días de vida y educados siempre en un ambiente cristiano, nos puede suceder que hemos respirado la fe de manera tan natural que llegamos a pensar que lo normal es ser creyente.
El cansancio de Elías
Elías anduvo por el desierto una jornada de camino, y al final se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte diciendo: «basta ya Señor».
Es la historia que hemos escuchado en la primera lectura. Y quizá es también -aunque no tan dramáticamente, claro está- a veces nuestra propia historia.
Elías está harto. Se había lanzado con toda el alma, sintiendo que eso era lo que Dios le pedía, a reclamar a su pueblo mayor fidelidad al Señor, y a criticar a los gobernantes de su país, que se habían convertido en idólatras y opresores de los pobres.
Y el rey Acab y la reina Jezabel no están dispuestos a seguir soportando la palabra y la actuación de Elías, y Jezabel decide matarlo. Y Elías se ve obligado a huir. Y no aguanta más, y le pide a Dios la muerte: está harto de esta misión tan angustiosa, de esa vida tan dura.
Pero ya hemos oído también cual fue la respuesta de Dios: mientras el profeta se echa debajo de la retama esperando la muerte un ángel lo toca y le ofrece un pan y un jarro de agua para recuperar sus fuerzas. Y para renovarle la misión de seguir adelante.
Nuestro cansancio en el seguimiento de Jesús
Esa es quizá también, a veces, nuestra historia. El domingo pasado, cuando nos preguntábamos qué buscamos en Jesús, qué tenemos que esperar de él, escuchábamos su respuesta en el evangelio: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.» Nos decía: «El trabajo que Dios quiere es que creáis en mí, que hagáis como yo hago». Lo primero que Jesús nos invita a buscar en él es un estilo de vida, su mismo estilo de vida: una forma de pensar, de actuar y de vivir que es la única que merece la pena, la única que hace que las personas seamos auténticamente personas. Jesús nos invita a ser como él, a tenerlo a él como criterio de todo lo que hacemos.
Y a veces, realmente, resulta difícil. Si somos verdaderamente cristianos, si queremos vivir verdaderamente como Jesús, a veces todo nos resultará muy difícil, y diremos, como Elías: «Basta ya, Señor».
Porque, además de las debilidades que los hombres sufrimos por el solo hecho de ser hombres -como la enfermedad, o la falta de fuerzas en la vejez, o dificultades que se presentan inesperadamente-, está el hecho de que este mundo nuestro no está construido precisamente sobre el amor, la generosidad, la solidaridad, la atención a los demás, la preocupación por el bien de todos, sino más bien todo lo contrario. Y resulta difícil mantenerse en este camino, que es el camino de Jesús. Y a veces uno tiene ganas de decir: «Basta ya. Yo me dedicaré a lo mío, me preocuparé de mis intereses, y los demás son cuentos». O, si no reaccionamos así, podemos reaccionar a veces con una profunda sensación de impotencia, un sentimiento de que no hay nada que hacer ante las cosas, un sentimiento de desconcierto, de estar como perdidos.
Jesús ofrece fuerza y vida para el camino
Hoy, en el evangelio, Jesús nos da respuesta a esa situación.
Hace como hizo el ángel con Elías: nos trae comida y nos dice: «Levántate y come». Hoy, Jesús en el evangelio, nos dice: «Yo no sólo os invito a seguir mi estilo de vida. Yo os aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre».
Jesús nos está diciendo, con estas palabras, que no nos deja solos en nuestro camino se seguimiento, en nuestro esfuerzo para vivir y actuar como él, por vivir y actuar según su Evangelio. No nos deja solos, sino que él viene con nosotros, y si creemos en él nos ofrece vida y vida eterna. Nos ofrece una vida que nunca termina. Una vida que es realidad ya ahora, que fecunda nuestros esfuerzos, que llena de valor nuestra debilidad, que da plenitud divina a nuestros pobres pasos, que nos sostiene -como le sostuvo a él, a Jesús, en el momento espantoso de la cruz- en la fidelidad al camino del Evangelio. Una vida que es realidad ya ahora, pero que ha de ser realidad siempre: «Yo lo resucitaré en el último día», nos ha dicho Jesús.
Renovemos hoy nuestra confianza, nuestra fe. Dejemos que Jesús, cada vez que nos encontremos demasiado cansados. Nos toque por el hombro y nos diga, como el ángel a Elías: «Levántate que el camino es superior a tus fuerzas».
El evangelio terminaba hoy así: «El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo». La carne y la sangre de Jesús, el pan y el vino de la Eucaristía, es el signo pleno, palpable, de esa presencia acompañante de Jesús. El próximo domingo el evangelio nos hablará más directamente de la Eucaristía. Hoy, de momento, dispongámonos a compartir la mesa de Jesús con toda nuestra fe, con toda nuestra confianza. Dispongámonos repitiendo, ahora, aquella magnífica plegaria que hemos escuchado en el salmo: «Bendigo al Señor en todo momento…»
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