MANOS LIMPIAS O CORAZÓN LIMPIO
Posted by antenamisionera en agosto 29, 2018
Domingo 22º del T.O. B – 3 de septiembre de 2018
Marcos 7,1-8ª.14-15.21-23.
Un escritor ruso decía que lo que hay de más conservador en cualquier hombre son sus costumbres. Todos tendemos a hacer un «dios» de nuestras costumbres; todos nos aferramos (como si fuera algo decisivo para la historia de la humanidad) a nuestras costumbres. Y para ello solemos revestirlas con solemnes razones que ayuden a sostener su respetabilidad. Quizás hablemos de leyes divinas o de principios inscritos en la naturaleza humana, o más sencillamente pretendemos que «siempre se ha hecho así» o amenacemos con las trágicas consecuencias que implicaría actuar de otro modo. También es posible que los argumentos vengan de contrapuestos horizontes y digamos que «el progreso lo exige» o que la «ciencia lo demuestra». Los argumentos pueden ser distintos y aún contradictorios, pero la mayoría, la gran mayoría de los hombres, lo que intentamos es conservar y defender nuestras costumbres, nuestro modo de actuar.
Lavarse las manos antes de comer era en tiempos de Jesús uno de los gestos externos de pureza moral. Y a los fariseos de todos los tiempos siempre nos han importado mucho los gestos externos.
A Cristo no tanto. Cristo nos responde que lo limpio y lo sucio del hombre no está en las manos sino en el corazón.
Y esto va por todos nosotros: por los cristianos que nos lavamos las manos y vamos por ahí con nuestras manos cristianamente lavadas pero con nuestro corazón cristianamente sucio.
Cristo no dijo: «Bienaventurados los que se lavan las manos, porque así verán los hombres que estáis limpios». Cristo dijo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». A Él le iba a condenar a muerte un hombre que tuvo mucho cuidado de que el pueblo viera que se lavaba muy bien las manos. Le iban a llevar a la cruz unos fariseos como aquellos, que tenían negro el corazón, pero que no iban a entrar en el pretorio de Pilato, para no contaminarse la víspera de la Pascua.
Cristo quiso trazar una línea bien clara entre los limpios de corazón y los que se lavan las manos.
Es que lavarse las manos es fácil; lo difícil es lavarse el corazón.
Todos sabían que el gesto de Pilato no valía. Y hoy creemos todavía mucho menos en esta clase de gestos externos.
No vale. Lavarse las manos y luego dejar que crucifiquen a Cristo. No vale.
No vale. Lavarse las manos y luego convencerse de que uno no puede hacer nada ante tantas situaciones injustas que hay cerca y lejos de nosotros. No vale.
No vale. Lavarse las manos y luego decir que es una pena que haya pobres, enfermos, guerras, desastres. No vale.
No vale. Lavarse las manos y luego decir que uno no puede cambiar el mundo. No vale. Vale, por ejemplo, lo de Mateo, que era uno de aquellos discípulos que comía sin lavarse el polvo de las manos, pero que se había limpiado el corazón de dinero, que es una de las cosas que más ensucia lo de dentro de los hombres. Mateo tendría barro en las manos, pero no tenía dinero y más dinero en el corazón; y a esto le llama Cristo estar limpio.
Es mucho más fácil lo que hizo Pilato para lavarse las manos, que lo que tuvo que hacer, por ejemplo, Zaqueo, para lavarse el corazón. A Pilato le bastó un gesto espectacular y estúpido. Pero a Zaqueo, para lavarse el corazón, le hizo falta devolver cuatro veces lo robado y dar la mitad de lo suyo a los pobres.
No nos servirá el lavarnos las manos. Solo la bondad nos hará limpios por dentro: la negación de nuestro propio egoísmo y la generosidad, la entrega, el trabajo por los demás.
Y no es que falten entre nosotros los limpios de corazón. Todas las gentes no son tan malas, gracias a Dios. Tendrán algo de polvo en las manos, pero tienen fundamentalmente limpio el corazón.
«Vosotros estáis limpios, aunque no todos», les dijo un día Cristo. Solo uno no estaba limpio.
Casualmente era uno que tenía las treinta monedas aferradas, no precisamente con las manos… sino con el corazón.
Deja una respuesta