BLOG DE ANTENA MISIONERA

"Mirar con los ojos de los que sufren"

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En la pobreza no somos iguales

Posted by antenamisionera en octubre 22, 2008

Esta mañana, camino del trabajo, paré en uno de los pocos bares que aún te dan un buen café por 1 Euro. Hoy se agradece porque hace un día casi invernal. Como siempre. me encontré con una mujer mayor, viuda, que cobra la pensión mínima. El camarero (un emigrante latinoamericano) suele invitarla a un café y un bollo para desayunar.

La mujer aprovecha para charlar un rato. Hoy me habla de la subida del gas de un 10% a partir del pasado día 12. Su comentario final me deja sin palabras: “con esto de la crisis, a los pobres no sólo nos quieren matar de hambre, ahora también de frío. Verás que cuando vuelva el buen tiempo bajará el precio del gas”.

Llego al trabajo y abro el blog “En clave de África”. Leo un largo comentario de uno de sus autores, el misionero Alberto Eisman Torres. Ésta es una parte de que dice:

“Les confieso que me fastidia ser profeta de cualquier desgracia, pero aún más me duele el haberlo sido de mi propia desventura. Me explico: hace unos cuantos días hablaba yo en este blog que la crisis – por lo menos tal como yo la veía desde esta perspectiva tan particular que es la de un humilde rincón africano – no era que bajaran los índices del Ibex o del Dow Jones. Tampoco es la verdadera crisis cuando una familia no alcanza para comprar un yogur bífidus estilo griego con pasas orgánicas y ultraligero de calorías (ingrediente como todos sabemos imprescindible en cualquier dieta que se precie de ser sana y moderna). No señores, la verdadera crisis es cuando llega el final del día y – por obra y gracia de la escalada de precios de los alimentos básicos – la magra liquidez del padre o madre de familia no alcanza ni siquiera para comprar un poco de pan, unas mazorcas de maíz o unos gramos de carne que den sabor a un desangelado estofado de escasas verduras. Ésa es la verdadera crisis, por mucho que se quejen los de Wall Street – y los que dependen de sus resultados – de lo crudo que lo tienen dentro de su opulencia y su flamante estilo de vida.

Yo, sin duda en una posición infinitamente mejor que esos sufridos cabezas de familia, también he podido experimentar la crisis cada vez que he ido a comprar algo y me he dado cuenta que en algunos casos la subida de un cierto producto podía ser de hasta un 50%, una cota realmente inalcanzable para la mayoría de las economías domésticas de este continente”.

Me quedo pensando. Es verdad que las personas nunca fuimos iguales frente a la riqueza; pero tampoco somos iguales frente a la pobreza.

Hoy me va a costar concentrarme en mi trabajo.

Autor: J. Altavista

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El silencio de la Iglesia sobre la crisis

Posted by antenamisionera en octubre 10, 2008

LLAMA la atención que las autoridades de la Iglesia hablen tanto de algunas cosas y, sin embargo, de otros asuntos muy preocupantes para la gente, como es el caso de la crisis económica, no dicen ni palabra.

Por supuesto, es arriesgado afirmar que el papa, los cardenales y los obispos, tantos como son, no hayan dicho nada sobre un asunto del que todo el mundo habla con preocupación y con angustia. Sin duda que el papa y los obispos han hablado del tema. Pero el hecho es que la opinión pública sabe perfectamente lo que la jerarquía piensa y dice sobre el aborto, la eutanasia, el divorcio, la homosexualidad, el uso de anticonceptivos, la asignatura de educación para la ciudadanía, etc, etc, mientras que la gente no tiene ni idea de lo que piensan los obispos sobre la crisis del sistema financiero, la quiebra de los bancos, la subida de los precios, el paro, las hipotecas basura, la ‘codicia’ que, según el Comisario de Asuntos Económicos de la Unión Europea, Joaquín Almunia, está en la raíz de toda esta crisis, tan profunda, tan oscura, tan grave.

 

Es verdad que los asuntos relativos a la economía suponen conocimientos técnicos, que no están al alcance de todos, ni siquiera de los obispos que se supone son hombres bien formados y con buena preparación, para decir, como pastores de los fieles, lo que los creyentes deben pensar de los problemas que tienen en sus vidas y sus conciencias. Estamos de acuerdo en que, de economía, que hablen los economistas. Pero, si ese criterio es correcto, con idéntica razón habrá que decir que de biología, hablen los biólogos. ¿Por qué los obispos hablan con tanta seguridad sobre asuntos como las células madre, el final de la vida, los experimentos científicos con embriones o las fecundaciones ‘in vitro’, siendo así que la mayoría de los prelados saben de biología menos aún que lo que pueden saber de economía?

 

Sinceramente, me sospecho que el silencio de los obispos sobre los temas de economía no se debe a la ignorancia, sino a otras motivaciones más oscuras. ¿Por qué digo esto? Hace pocos días, el presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Poettering, decía sin rodeos: «No se pueden dar 700.000 millones (de dólares) a los bancos y olvidarse del hambre». Porque esa cantidad tan asombrosa de dinero se les da a los ricos para que se sientan más seguros y tranquilos en su situación privilegiada, al tiempo que, como bien sabemos, ahora mismo hay más de 800 millones de seres humanos que tienen que subsistir con menos de un dolar al día, lo que supone vivir en condiciones infrahumanas y abocados a una muerte cercana y espantosa. Ahora bien, lo escandaloso es que los políticos denuncian esta atrocidad de la «economía canalla» (Loretta Napoleoni), al tiempo que quienes se nos presentan como los representantes oficiales de Cristo en la tierra no levantan su voz contra semejante canallada.

 

Por supuesto, ni yo tengo soluciones para la situación crítica que estamos viviendo, ni yo soy quién para ofrecer tales soluciones. Lo único que puedo (y debo) decir es que en la Iglesia sobran funcionarios y faltan profetas. Y tengo la impresión de que, en este momento, para salir del lío en que nos hemos metido, más importante que la sabiduría de los gestores económicos es la audacia de los profetas que sean capaces de decir dónde se sitúa exactamente la codicia, que, como ya he dicho, es la raíz del desastre que estamos soportando.

 

Todos sabemos que la Iglesia denuncia la injusticia. Pero el problema está en que hace eso utilizando un lenguaje tan genérico como el del presidente Bush cuando exigía una justicia infinita. Nadie duda de las buenas intenciones del papa. Ni de su enorme personalidad y de su prestigio mundial. Pero el problema está en que el papa es el jefe supremo de una institución que está presente en el mundo entero. Y se esfuerza por mantener las mejores relaciones posibles con los responsables de la economía y de la política en cada país. Ahora bien, desde el momento en que la Iglesia ha tomado la opción de funcionar así, es imposible que ejerza la misión profética que tiene que ejercer en defensa de los pobres y las personas peor tratadas por la vida y por los poderes de este mundo.

 

Cualquier persona que lea los evangelios con atención sabe que Jesús no se comportó, ante las autoridades y ante los ricos de su tiempo, como los dirigentes eclesiásticos se comportan hoy ante los responsables de esta economía canalla que está arruinando al mundo. Es evidente que las preocupaciones de Jesús eran muy distintas de las preocupaciones de la Iglesia actual. Tiene que producirse una catástrofe económica, como la que estamos viviendo, para darnos cuenta de por dónde van los verdaderos intereses de los ‘hombres de la religión’.

 

Ellos tienen que utilizar el lenguaje de la justicia y la solidaridad, que es el que se lleva en estos tiempos, pero no se atreven a levantar la voz cuando temen que los intereses de la religión se pueden ver en peligro. Así las cosas, la conclusión es clara: a la institución religiosa le preocupa más asegurar la estabilidad y el buen funcionamiento de la religión que dar la cara (con todas sus consecuencias) por quienes peor lo pasan en la vida. Y si esta es la conclusión lógica, el resultado está a la vista: los ricos se sienten seguros, los pobres siguen hundidos en su miseria, y la religión con sus templos y sus funcionarios mantiene el tipo, aunque el tipo se vea cada día más viejo y con menos fuerzas.

 

José María Castillo (El Ideal)  10/10/2008

 

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