BLOG DE ANTENA MISIONERA

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La Misión se escribe en femenino

Posted by antenamisionera en octubre 27, 2008

«Nunca podrá haber misioneras. La misión consiste en predicar el Evangelio, y para predicar el Evangelio hace falta inteligencia. Y, como dijo Aristóteles, por regla general, ésta no brilla en las mujeres«. El cardenal italiano Branchetti di Laurea, cuyas obras se pueden consultar en la biblioteca de la Universidad Gregoriana de Roma, fue una preclara figura eclesiástica del siglo XVII, pero no se distinguió precisamente –hoy lo sabemos– por su visión de futuro.

En efecto, tan “concluyente” afirmación no podía ser más errada. Porque la misión no existiría hoy sin las mujeres. Baste echar un vistazo a los números: si nos ponemos a buscar un misionero español, tenemos un 78,6 por ciento de probabilidades de encontrar una mujer, y sólo el 21,4 por ciento de que nos aparezca un hombre. Y es que las misioneras españolas –religiosas y seglares– son más de 16.500, mientras que los varones apenas llegan a los 4.500 entre sacerdotes, religiosos y seglares.

Son ellas, sin hablar ya de su generosidad numérica, las que mantienen viva la tarea evangelizadora por el Reino; las que dan testimonio de la Buena Noticia mediante su actitud y su palabra; las que llevan la enseñanza, la salud, la dignidad y el consuelo a los que carecen de ellos; las implicadas en todas las formas de apostolado trabajando codo con codo no sólo con cristianos, sino con gente de todas las creencias.

Y no sólo ahora, sino desde el principio. Olvidaba Branchetti que el primer anuncio de la resurrección se hizo a unas mujeres, (“Id y decid…”), y que ellas fueron, así, las primeras misioneras. Olvidaba también que, tal como cuentan los relatos neotestamentarios, la mujer participó más que activamente en las primeras comunidades cristianas. Y olvidaba, sobre todo, que la mujer ha sido durante muchos siglos la primera educadora –y misionera– en su propio hogar y, por tanto, el soporte silencioso pero esencial de la misión.

Hoy, afortunadamente, su compromiso ya no necesita ser demostrado y está plenamente reconocido. Casi podría decirse, incluso, que la misión es “femenina”. O, al menos, como dice la teóloga brasileña Ivonne Gebara, “la misión cristiana ya no es en la práctica la misma desde que las mujeres acentúan la importancia de la ‘diferencia’ en el trabajo misionero”. Es decir, desde que las misioneras, como el resto de las mujeres de hoy, han tomado conciencia de su identidad y de su puesto como iguales al lado de los hombres.

El lado ‘femenino’

Pero, ¿en qué consiste esa “diferencia”? ¿Hay una manera “femenina” de misión? ¿Qué riqueza puede aportar la mujer en el trabajo de evangelización? Llegados aquí, dejemos que hablen ellas. ¿Quién mejor para explicar cómo se sitúan hoy en la misión de toda la Iglesia, cómo entienden su papel, las alegrías que les aporta su participación en la venida del Reino, las dificultades que encuentran en las diversas situaciones que viven por todo el mundo?

Para empezar, habría que decir con Regina da Costa, misionera de la Inmaculada, que “la misión ha ofrecido espacio a la mujer para romper con un modo, pasivo, dependiente de entender su papel en la sociedad y ha supuesto una ocasión de desarrollar una parte excepcional de nosotras mismas que probablemente no se revelaría nunca en circunstancias más normales. La exigencia de la vida misionera ha ayudado a poner al servicio de la evangelización la sensibilidad, la intuición, la capacidad de sufrimiento y comprensión de las necesidades de los otros, la iniciativa de organización y decisión”.

“Para comprender qué es la evangelización ‘a la femenina’, –prosigue la hermana Da Costa–, hay que saber que las mujeres partimos siempre de la vida. No nos sentamos a la mesa para hacer proyectos de cómo evangelizar como mujeres. Una mujer va, se instala en el campo de misión y anuncia el Evangelio con su corazón, su capacidad de acogida, su dulzura, su creatividad…”

Lo cual no significa falta de preparación o ausencia de método. Todo lo contrario. En los últimos tiempos, “se ha producido un cambio en el modo de entrega de la mujer a la misión: es un modo menos exaltado, menos exultante, pero más consciente y responsable”, explica Trinidad León, mercedaria de la Caridad. “Una entrega cualificada no sólo a nivel espiritual, sino a todos los niveles humanos y profesionales. Las mujeres se saben sujetos activos de la evangelización y ejercen ministerios a todas luces eclesiales y evangélicos, pero también sociales y profesionales”.

Lo mismo opina la citada Ivone Gebara: “Las misioneras viven la transformación de lo cotidiano como el lugar de encuentro con Jesús de manera singular. La mujer está, por su condición, más cercana a la vida y se dedica a tareas cotidianas como la educación y la salud, más ligadas simbólicamente a lo femenino, al mantenimiento de la vida en lo que tiene más de primario e inmediato, pero sin lo cual el resto no es posible”.

Y también Regina da Costa: “La mujer ve más de cerca los problemas que se plantean diariamente, está normalmente a ras de suelo y se da con todo su ser a una causa. El hombre, por su parte, es más prudente, intelectualiza las situaciones y toma distancias, discute grandes proyectos olvidando los pequeños detalles que son importantes”. Gracias a ello, las mujeres “han sabido convertir la pobreza impuesta en muchas situaciones en riqueza de creatividad al servicio de los marginados”. Y esto, dice rotundamente Da costa, “es un signo distintivo de la actividad de las mujeres en la evangelización”.

Valga un ejemplo: “En una ocasión, en Guinea Bissau, no recibíamos las papillas para los niños desnutridos. Decidimos recoger lo poco que teníamos para resolver este problema, primando los recursos locales para evitar la dependencia del exterior. Así, uniendo capacidades diversas de profesionalidad, práctica y conocimiento del lugar, en tres años pusimos a punto cuatro tipos de papillas con productos locales, respondiendo a criterios dietéticos y económicos y, sobre todo, realizadas por mujeres de allí. Para un hombre, habituado a gestionar más racionalmente la energía, tres años de espera hubieran sido demasiados. Y habría buscado el modo de seguir recibiendo de la forma más rápida posible la papilla…”

Compromiso y testimonio

Generalmente, el compromiso misionero de las mujeres se concreta en instituciones al servicio de la evangelización, de la salud, de la enseñanza y de la promoción humana. Es decir, curan las heridas, alfabetizan, forman profesionales, acogen a madres solteras, visitan presos, impulsan la liberación de la mujer, mantienen guarderías para hijos de trabajadores… Pero todo esto está lejos de ser sólo una labor profesional. Junto a todo lo anterior, las misioneras escuchan confidencias, acogen preocupaciones, aconsejan, animan la vida del barrio, aportan esperanza y tienen siempre su corazón abierto. Es lo que la hermana Ángèle Mutonkole, congoleña y misionera del Sagrado Corazón de Jesús llama “el ministerio no ordenado de la consolación”.

Junto a éste, hay otro ministerio no menos importante: el del “testimonio de la vida”. “El testimonio de vida es la primera exigencia de la misión. Me atrevería a decir que, en países pobres y hambrientos de dinero como los africanos, caracteriza el apostolado femenino. Como decía el jefe de un poblado: «Una hermana no tiene ‘zigzags’ en su comportamiento. Acoge a todo el mundo, sea bueno o malo. Incluso cuando la herida está putrefacta, la hermana cura».”

Este testimonio se revela esencial en países musulmanes, donde las pequeñas comunidades religiosas son, en ocasiones, la única presencia de la Iglesia. “Aquí –señala sor Ángèle Mutonkole– suele estar prohibida la predicación del Evangelio y la población no busca tanto la competencia profesional de ‘las mujeres de Dios’ como la calidad de las relaciones humanas, una presencia humilde, una actitud respetuosa hacia la cultura y las creencias del otro. La gente siempre observa mucho más lo que hacemos que lo que decimos”.

Pero todo esto exige también a las misioneras todo un camino de encarnación en el pueblo que quieren evangelizar. Lo que, a veces, supone un gran riesgo. Antes eran conocidas como las que hacían obras de caridad, y eran muy veneradas y solicitadas. Pero desde que se esfuerzan también por la transformación de la sociedad no son siempre bien aceptadas. Y en ello a veces les va la vida. Ahí están los casos de Ester y Caridad, dos agustinas misioneras asesinadas en Argelia, un día del DOMUND de 1994; o el más reciente de la misionera norteamericana Bárbara Ann Ford, asesinada en Guatemala en mayo de 2001. En ese año, de hecho, recibieron muerte violenta seis misioneras.

Dirigentes de comunidades

A todo lo que antecede, hay que añadir el ingente trabajo pastoral. Dada la escasez de sacerdotes, las misioneras ejercen con frecuencia muchas de sus tareas en los lugares en los que aquél sólo pasa ocasionalmente para marcharse corriendo a atender a la siguiente comunidad, y ellas permanecen, enraizando la fe en las gentes, preparando a la comunidad a asumir sus responsabilidades, presidiendo asambleas de oración, animando la liturgia de la Palabra, preparando las homilías, formando a los catequistas, etc. A veces, una pequeña comunidad de tres o cuatro religiosas se aventuran incluso por zonas aún sin evangelizar, precediendo al sacerdote…

“Esta labor pastoral”, afirma la mercedaria Trinidad León, “ha fortalecido en las misioneras la conciencia del propio valor, sin complejos de inferioridad con el hombre. De la dependencia se ha pasado a la colaboración, mucho más enriquecedora”. Lejos quedan los tiempos en los que las religiosas llegaban a la misión para estar al servicio de los curas: “En países como el nuestro y otros del mismo jaez económico-social, los misioneros tienen demasiada necesidad de nosotras como para considerarnos a su servicio”, concluye sor Ángèle Mutonkole.

Y Regina da Costa: “Muchas veces, tanto en Brasil como en Camerún, he notado que la gente observaba atentamente el tipo de relación existente entre la monja y el padre. Para ellos, era una experiencia nueva ver al padre sentado y escuchando a la hermana que hablaba a la gente, o darse cuenta de que los dos deciden juntos cómo conducir un curso de formación, notar que no era él quien decidía y ella quien obedecía, sino que lo hacían juntos”.

“Estas cosas ayudan a las otras mujeres a percibir la posibilidad de un nuevo tipo de relación fundada en la novedad del Evangelio anunciado, y también a los hombres a asumir que su punto de vista masculino es sólo un aspecto de la realidad. Así el impacto sobre la gente aviva la fuerza del testimonio”.

Por lo demás, la práctica evangélica en la misión aparece cada vez más reflejada en la producción teológica hecha por mujeres. Una de las preocupaciones de las teólogas es intentar hacer comprensible el fundamento de fe que anima la experiencia de las misioneras. La inmensa mayoría de las mujeres, desde luego, no hace reflexiones teológicas, pero sí se enriquecen con las contribuciones de las teólogas.

Entre ellas destaca Ivone Gebara: “La fe de las mujeres en el Dios que es vida y liberación es el punto de partida de la teología femenina que, como la acción evangelizadora, pretende iluminar el auténtico papel de la mujer y su capacidad de guía del pueblo de Dios. Y, al mismo tiempo, recuperar el tipo de relación que Jesús tenía con las mujeres y la participación de la mujer en las primeras comunidades cristianas. El espejo para ello es la figura de María, la mujer maternal, tierna y humilde, pero también inteligente, fuerte y activa en la adhesión a los proyectos de Dios”.

En medio de todo esto, la humildad sigue estando presente como uno de los rasgos principales de la misión ‘femenina’: “Para evangelizar como mujeres es necesaria también una buena dosis de autocrítica, de reconocimiento de nuestros defectos de mujer. No somos perfectas y sería ingenuo pensar que si hacemos todo nosotras las cosas saldrán mejor. Pero, ¿no intentamos, por ejemplo, usar nuestra capacidad de escucha y de captar al vuelo las cosas para intentar saber todo de todos? ¿O no nos comportamos con una actitud maternal excesivamente posesiva cuando la gente necesita libertad?”

Sensibilidad, intuición, creatividad, capacitación profesional cualificada, dedicación a los más necesitados, amor, acogida, consuelo, trabajo pastoral, animación de comunidades, promoción de la mujer, producción teológica, humildad. ¿Alguien podría dudar a estas alturas de la aportación femenina a la misión? Pero aún queda la guinda que añadir a este completísimo bagaje. Y la coloca la mercedaria Trinidad León: “En estos momentos, las misioneras —religiosas y laicas– de la Iglesia tienen acumulada en el corazón mismo de su condición de mujeres y de creyentes toda la experiencia de siglos de acción apostólica y misionera y quieren que su luz brille en lo alto para bien de la propia misión del Reino”. Lo dicho: el futuro es suyo.

(Luis Fermín Moreno)

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