Esta mañana, camino del trabajo, paré en uno de los pocos bares que aún te dan un buen café por 1 Euro. Hoy se agradece porque hace un día casi invernal. Como siempre. me encontré con una mujer mayor, viuda, que cobra la pensión mínima. El camarero (un emigrante latinoamericano) suele invitarla a un café y un bollo para desayunar.
La mujer aprovecha para charlar un rato. Hoy me habla de la subida del gas de un 10% a partir del pasado día 12. Su comentario final me deja sin palabras: “con esto de la crisis, a los pobres no sólo nos quieren matar de hambre, ahora también de frío. Verás que cuando vuelva el buen tiempo bajará el precio del gas”.
Llego al trabajo y abro el blog “En clave de África”. Leo un largo comentario de uno de sus autores, el misionero Alberto Eisman Torres. Ésta es una parte de que dice:
“Les confieso que me fastidia ser profeta de cualquier desgracia, pero aún más me duele el haberlo sido de mi propia desventura. Me explico: hace unos cuantos días hablaba yo en este blog que la crisis – por lo menos tal como yo la veía desde esta perspectiva tan particular que es la de un humilde rincón africano – no era que bajaran los índices del Ibex o del Dow Jones. Tampoco es la verdadera crisis cuando una familia no alcanza para comprar un yogur bífidus estilo griego con pasas orgánicas y ultraligero de calorías (ingrediente como todos sabemos imprescindible en cualquier dieta que se precie de ser sana y moderna). No señores, la verdadera crisis es cuando llega el final del día y – por obra y gracia de la escalada de precios de los alimentos básicos – la magra liquidez del padre o madre de familia no alcanza ni siquiera para comprar un poco de pan, unas mazorcas de maíz o unos gramos de carne que den sabor a un desangelado estofado de escasas verduras. Ésa es la verdadera crisis, por mucho que se quejen los de Wall Street – y los que dependen de sus resultados – de lo crudo que lo tienen dentro de su opulencia y su flamante estilo de vida.
Yo, sin duda en una posición infinitamente mejor que esos sufridos cabezas de familia, también he podido experimentar la crisis cada vez que he ido a comprar algo y me he dado cuenta que en algunos casos la subida de un cierto producto podía ser de hasta un 50%, una cota realmente inalcanzable para la mayoría de las economías domésticas de este continente”.
Me quedo pensando. Es verdad que las personas nunca fuimos iguales frente a la riqueza; pero tampoco somos iguales frente a la pobreza.
Hoy me va a costar concentrarme en mi trabajo.
Autor: J. Altavista