BLOG DE ANTENA MISIONERA

"Mirar con los ojos de los que sufren"

Adviento: las tinieblas y la luz

Posted by antenamisionera en diciembre 9, 2011

Domingo 3º de Adviento  – 11 de Diciembre de 2011

Evangelio: Jn 1, 6-8.19-28

Cuando éramos niños, la mayoría de nosotros teníamos miedo a la oscuridad. Algo normal y lógico.

Pero a medida que vamos creciendo le vamos teniendo más miedo a la “luz”. Con el paso de los años vamos teniendo más cosas que “ocultar” e intentamos huir de la luz que lo ponga al descubierto. Perderíamos nuestra imagen frente a los demás.

Algo tiene que ver el evangelio de este domingo con una experiencia tan común.

Testigo de la luz

El prólogo del evangelio de Juan sostiene que en el mundo se está desarrollando una lucha feroz entre las tinieblas y la luz, entre la muerte y la vida. La luz es el contenido del proyecto que, desde la eternidad, Dios tiene para el hombre: «Ella [la Palabra, el proyecto de Dios] contenía vida y la vida era la luz del hombre» Jn 1,4). Dios quiere que la existencia’ del hombre sea gozar de la vida y no ir caminando hacia la muerte.

A ese proyecto se oponen las tinieblas, que no es otra cosa que la organización social que los hombres -o mejor, algunos hombres- han logrado imponer y que es la causa de que la mayoría de los seres humanos vivan su existencia como una constante amenaza de muerte.

El proyecto de Dios, «la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre viniendo a este mundo» (Jn 1,9), se ha visto obstaculizado, una y otra vez, por la tozudez humana que ha preferido repetidamente la oscuridad a la luz; pero la luz no se ha apagado y pronto va a brillar con más fuerza: «esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha extinguido». Para animar a los hom­bres a aceptar esta vez la vida de Dios, «apareció un hombre de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer».

El interrogatorio

La autoridad central decidió enviar una comisión para investigar si Juan tenía un expediente académico en regla para poder impartir semejante doctrina. La comisión estaba integrada por sacerdotes (entonces funcionarios del templo encargados del degüello de las víctimas para los sacrificios y sin tarea pastoral alguna) y levitas (especie de policía religiosa).

Pero Juan los sorprendió. No se identificó con ninguno de los personajes que ellos sospechaban: «Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el profeta» -les dijo. Desconcertados le preguntaron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?». El contestó: «Yo soy una voz que grita desde el desierto…»  Insistieron: «¿Por qué bautizas entonces…?» Juan respondió: «Yo bautizo sólo con agua: en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». Y añade el evangelista Lucas: «El os bautizará con Espíritu Santo y fuego».

El nerviosismo de los dirigentes

Era un hombre. Sólo un hombre. Juan, el autor del evan­gelio, no ofrece más detalles; porque Juan, el Bautista, se presenta así, sólo como un hombre, al margen de cualquier organización socioeconómica, política y religiosa. Y propone a sus contemporáneos un cambio: abandonar las tinieblas y ponerse del lado de la luz.

Por eso, la aparición de Juan Bautista puso nerviosos a los que ocupaban la cúspide de la sociedad. Ellos eran los que, en teoría, deberían estar haciendo posible que la luz brillara en Israel, esto es, que viviendo conforme a la voluntad de Dios, la sociedad israelita se hubiera organizado de tal modo que todos pudieran, en el sentido más auténtico de la expresión, gozar de la vida. Por eso, el testimonio de Juan, proclamado desde fuera de la institución religiosa, era, al mismo tiempo que un anuncio de esperanza para las víctimas de la tiniebla, una denuncia contra quienes, aunque dijeran que poseían la luz, eran los responsables últimos de la absoluta oscuridad que sufría la mayor parte de los miembros de aquel pueblo que un día fue liberado por Dios y que con Dios se encontró en el desierto.

Y desde el desierto, con su presencia y su palabra, Juan da testimonio de la luz.

¿Seguiremos teniendo miedo?

No. Juan no era ni el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. No quiso títulos que no le correspondían. No era él la luz. El no tenía la solución para todos aquellos que son víctimas de las tinieblas: «llega detrás de mí…». Él no podía comunicar la vida. Pero se jugó la suya por prepararle el camino a aquel que la traía de parte de Dios; y se conforma con definirse sólo como «una voz que grita desde el desierto».

A Juan lo mataron. La luz se hizo presente en el mundo y las tinieblas se empeñaron una vez más en extinguirla; y mataron también a Jesús creyendo que así apagaban la llama que él quiso que prendiera en la tierra. Pero nosotros sabemos que esa llama sigue ardiendo y que la luz no se ha extinguido; por eso ahora nos toca a nosotros ser testigos de la luz. Se trata de una tarea arriesgada. Porque hay que denunciar a todos los que se esfuerzan por negar la luz a los hombres, a los que pretenden poseer la luz como propiedad privada y a los que quieren establecer una pacífica convivencia entre las tinieblas y la luz. Juan Bautista nos puede servir de ejemplo.

Primero, porque, como en el caso de Juan, nuestro papel no debe ser más que el de testigos: nuestra tarea es dar testimonio de la luz, no apropiarnos de ella. Por eso debemos presentarnos como servidores de la verdad y no como sus dueños; podemos engañar a los hombres si, en lugar de facilitarles que se en­cuentren con Jesús y le den a él su adhesión, intentamos convertirlos en partidarios nuestros.

Y, en segundo lugar, porque, igual que hizo Juan, no hay que esconder ese testimonio ante nadie ni en ninguna circuns­tancia. Aunque a algunos les salten los nervios… por miedo a la luz.

¿Seguiremos teniendo miedo a la luz?

 

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